Emily Dickinson compuso tres poemas inspirados en las beguinas: el 1628 (¡Murada en el Cielo!), el 1675 (De Dios pedimos un favor, que podamos ser perdonadas –) y el 570 (Intenté pensar una Cosa más solitaria). Las beguinas –llamadas beatas en el Reino de León-Castilla y en América Latina desde el siglo XV hasta hoy– fueron mujeres libres del contrato sexual, pacto entre hombres por el acceso al cuerpo de las mujeres fértiles y el dominio de sus frutos, que ha sido el fundamento del patriarcado. Están documentadas en Europa desde el siglo XI viviendo solas o en pequeñas comunidades. Las beguinas más radicales, las llamadas “muradas” o “emparedadas”, que son las que inspiraron a Emily Dickinson, intervinieron en la política sexual de su tiempo transformando la celda de castigo de las mujeres adúlteras en la casa y sede de su existencia libre, de su placer, de sus visiones y de su política. Fue una celda elegida, no impuesta por nada ni por nadie. Se tapiaron por decisión propia en una celda de dimensiones y forma similares a la de las mujeres sospechosas de adulterio, y se dejaron alimentar desde fuera, por la piedad de la gente. Pero ellas la celda la colocaron en lo alto, inaccesible a los hombres, orientada al cielo y a lo infinito; la ventana de su celda se abrió al exterior, al mundo, a la conversación con quien acudiera a visitarlas. Que Emily Dickinson conociera la mística beguina es evidente en los tres poemas que he citado y comento. La información sobre ellas, a pesar de ser mujeres siempre católicas, era significativamente accesible en su contexto cultural y religioso evangélico, como si las beguinas fueran un tema literario victoriano o formaran parte de una moda internacional de alto valor político (de política sexual) vinculada con la libertad femenina y con el placer de las mujeres del siglo XIX, mucho menos victorianas de lo que querría el tópico patriarcal. Lo que inspiró a Emily Dickinson de la forma de vida beguina fue: 1) la independencia simbólica del hombre, independencia simbólica fundada en la castidad entendida como libertad de amar a quien quieras y como quieras; 2) su entender el Amor como el Todo, como Amor Omnia. Ella transportó la mística beguina a su propia vida, concretamente a su amor decisivo y total por Susan Gilbert / Susan Dickinson, amor del que su poesía fue una expresión magistral en grado sumo. Su mística fue tan unitiva y tan clitórica como la mística beguina o teología en lengua materna. En este sentido fue la “reclusa de Amherst”, y su casa su Celda y Cárcel mágica, no en el sentido negativo que se le solía dar ni tampoco en el de las autoras o autores que ahora niegan su reclusión.
¡Murada en el Cielo! La distancia de Amor en la mística beguina europea y en la poesía de Emily Dickinson
- María-Milagros Rivera Garretas
María-Milagros Rivera Garretas
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