Tomarse la libertad de fundar

Barcelona, Libreria Próleg, 15 febrero 2012. Ciclo “Per amor a la diferència”. Impulsado por Mercè Vidal. 19 h

Cuando una mujer es joven, no es difícil que le ocurra que mire a su alrededor y se sienta insatisfecha con lo que se encuentra: ya sea en su familia de origen, en su trabajo si lo tiene (sin olvidar que si es ama de casa o madre o hija de personas mayores, siempre lo tiene), en sus estudios, en la política, o en lo que dicen o no dicen los medios de comunicación. Ante esto, su primera reacción suele ser la de seguir buscando y buscando, considerando que tal vez ella no sepa todavía lo suficiente; hasta que, decepcionada, ella probablemente se enfade, critique todo lo que hay, y desprecie o destruya lo que esté a su alcance incluida, a veces, ella misma. La insafisfacción suele continuar, sin embargo, y entonces es el momento propicio para la toma de conciencia de que lo único que a ella puede satisfacerla es el tomarse la libertad de fundar. No olvidemos que en la gran mayoría de las sociedades hay más libertad de la que la gente nos solemos tomar, porque los sistemas de dominio no han ocupado nunca la vida entera de una mujer o de un hombre, aunque hayan querido ocuparla.

La insatisfacción de una mujer ante lo que ve a su alrededor, es consecuencia de que las necesidades simbólicas de las mujeres son distintas de las necesidades simbólicas de los hombres. ¿Qué quiere decir esto? “Necesidad simbólica” es una manera de llamar a la necesidad de sentido, de sentido de la vida y de las relaciones, que es propia de la criatura humana. Hoy la gente tenemos conciencia clarísima de que, para un ser humano, el sentido es tan importante para vivir como puede serlo el dinero; es decir, somos conscientes de que la insensatez puede incluso matar, particularmente a una mujer. ¿Por qué particularmente a una mujer, sin excluir al hombre y sin incluirlas a todas? Porque a las mujeres nos gusta mucho hablar, decir lo que es, pensar y comentar el porqué de las cosas, desmenuzar nuestros sentimientos y experiencias, incluso hablar por hablar para que pase algo, también Dios .

Nuestro mundo, sin embargo, responde a las necesidades simbólicas de los hombres de hoy, sin incluirlos a todos ni todas sus necesidades de sentido, pero responde poco o poquísimo a las necesidades simbólicas de las mujeres. El régimen viril de significado no se descentra ni a tiros, como decían antes ellos mismos. No se mueve del uno, de lo que antes ellos llamaban falo: le cuesta mucho abrirse a la alteridad, particularmente a lo otro que es mujer y, más particularmente aún, a las necesidades simbólicas de las mujeres, que en nuestro tiempo se querría que quedaran satisfechas cuando quedan satisfechas las de los hombres .

El cuerpo de mujer, en cambio, tiene una familiaridad grande con la alteridad, porque es un cuerpo que nace con una facultad suya propia que es su capacidad de ser dos, la capacidad de albergar dentro de sí otro cuerpo, lo cual, aunque una decida que no vaya más allá de la posibilidad, es una experiencia extrema de alteridad .

Por eso, entre el hecho de ser una mujer y el fundar, entre el ser mujer y el ser origen de algo nuevo, hay una relación de amistad, de cercanía, de afinidad, de entendimiento, y también de susto, de temor a algo que puede desequilibrar, y 2 desequilibra, mi presente. Sin que el cuerpo en el que se nace determine nada ni obligue a nada, ya que el cuerpo sugiere una posibilidad de ser, posibilidad que, día a día, quien ese cuerpo habita interpretará con la libertad que se le dé y, sobre todo, con la libertad que ella se tome en el tiempo en el que le haya tocado vivir .

Cuando se leen libros de historia, la afinidad y la amistad que enlazan el cuerpo de mujer con el ser origen de fundaciones nuevas, no suele estar apenas tratada. Los libros corrientes de historia tienden a guardar la memoria de lo excepcional, porque en Occidente predomina la idea de que hace historia lo que no es habitual, lo que se sale de lo corriente. Lo que se sale de lo corriente son, en los libros de historia, hombres que empiezan algo nuevo .

Decir esto provoca una sensación de contradicción y de paradoja. De contradicción, porque la idea de que hay una afinidad habitual entre el ser mujer y el ser origen, choca con lo que quienes estamos aquí hemos aprendido en las clases de historia recibidas en la escuela y en la universidad; de paradoja, porque si yo os preguntara ahora cuántas fundaciones femeninas conocéis en la historia, probablemente os resultaría difícil pasar de diez. Esto es así porque la pérdida de simbólico de la madre ha sido muy grande en Occidente desde el Renacimiento y, en especial, a lo largo del siglo XX. A fuerza de conservar y transmitir la memoria de lo excepcional y, sobre todo, la memoria de lo que es resultado de la violencia, se nos ha ido pasando desapercibida la historia corriente, esa que desde el siglo XX se suele llamar equivocadamente pequeña historia, y que llaman pequeña porque la contraponen con la historia de las excepciones, sean estas excepciones batallas o revoluciones sociales. La paradoja está en no considerar historia lo que vivimos ordinariamente en su grandeza, en la maravilla del haber nacido y del seguir viviendo: en la maravilla de ese “lo raro es vivir” que hizo el título de una novela de Carmen Martín Gaite, una novela que creo que no es ajena a la muerte de una hija por sobredosis de droga. Lo cual no es algo precisamente pequeño .

Hemos sido sobre todo las mujeres emancipadas las que hemos olvidado esta historia, la historia que algunas llamamos historia verdadera, verdadera porque es la historia de las invenciones de sentido para nacer y seguir viviendo en la realidad que cambia. Por eso, también, estamos siendo sobre todo mujeres emancipadas las que estamos reconociendo y desvelando la historia verdadera, ya que necesitamos su desvelamiento para seguir vivas porque somos las que más hemos olvidado el orden simbólico de la madre. Ya que la pregunta sobre la historia no es: ¿hará historia la Llibreria Pròleg entre la multitud ruidosa e hiperdocumentada de guerras, trofeos, gobiernos, monarquías, constituciones y catástrofes de mi tiempo? Sino que es ¿está tocada por la llibreria Pròleg la historia de mi vida? Porque es la historia de mi vida, de la tuya, la tuya y la tuya, en relación, lo que es o hace historia verdadera, una historia que es ordinaria y extraordinaria al mismo tiempo .

Hemos sido sobre todo mujeres las que hemos olvidado la historia verdadera porque, desde el Renacimiento, el imperialismo occidental, cegado por la tendencia a la igualdad, a lo uno, a los falsos universales, a la versión única –que es lo que significa universal– de la historia, ha ido empequeñeciendo el sentido de las diferencias, en especial de la diferencia humana primera, que es la diferencia sexual. También, porque las mujeres nos hemos dejado llevar más de la cuenta por un signo muy propio de lo 3 femenino histórico –pues la diferencia sexual se da siempre en la historia–, un signo que es la curiosidad. “Ut sum satis curiosa”, “porque soy bastante curiosa”, esta es la explicación decisiva que dio Egeria –una mujer del siglo IV– para pasarse una buena parte de su vida viajando por el mundo conocido entonces, desde su Galicia natal hasta Mesopotamia, pasando por Egipto, Tierra Santa y Constantinopla. Desde la Revolución Francesa, llevadas por la curiosidad, las mujeres hemos luchado consistentemente por ir a la universidad o por que fueran nuestras hijas, y por hacernos con el conocimiento que en las universidades se custodia, se genera y se transmite. Hoy, cuando las alumnas son mayoría en sus aulas tanto en Occidente como en cada vez más países de Oriente, tomamos conciencia de que el conocimiento universitario no satisface nuestra curiosidad; no la satisface porque es un conocimiento que no tiene madre, de manera que la historia que ahí se explica es la historia de las excepciones, de lo que se sale de madre, de hechos en relación difícil con el origen. Por eso el conocimiento universitario no satisface las necesidades simbólicas de una mujer, aunque sí satisfaga o pueda satisfacer parte de su curiosidad .

Por el camino, la historia verdadera, la de las fundaciones femeninas, se nos ha ido olvidando en buena parte. Se nos ha ido olvidando porque, distinguiéndose del conocimiento anclado en el poder, su medio de transmisión para viajar de una generación a otra ha sido la palabra hablada, la oralidad en forma de relato, de leyenda, de cuento, de canción, de poema. Y, en la universidad, la oralidad cuenta poco, eclipsada por la escritura. Es muy interesante, por ejemplo, que Clara de Asís, cuando fundó la Orden de las clarisas a principios del siglo XIII (1212) en relación con Francisco de Asís, ella dejó su huella en cosas importantes del proyecto de orden mendicante pensado en común, y una de sus huellas fuera precisamente esta: el preferir explícitamente la oralidad a la escritura, y así lo hicieron en sus conventos hasta el siglo XVIII, cuando las clarisas letradas o eruditas se dejaron llevar sin querer por la tradición masculina –es decir, pusieron al hombre en el lugar de su madre, de su origen– y declararon que todas las leyendas sobre los orígenes de sus conventos eran falsas porque eran de tradición oral, no documentada por escrito en sus archivos .

Hay en este cambio una pérdida de fidelidad al propio ser mujer, ya que es mujer la depositaria de la lengua hablada, la madre que enseña a hablar. En la pérdida de fidelidad al propio ser mujer –un ser mujer que se da en la historia de las mujeres, o sea, en la historia– se olvida fácilmente la propia historia .

¿Qué tipo de cosas hemos olvidado? Por ejemplo, hemos olvidado datos fundamentales para la historia de las mujeres que están escritos en la obra de Dhuoda desde el siglo IX, una obra cuyos manuscritos, ediciones y traducciones han custodiado cuidadosamente, siglo tras siglo, las bibliotecas. En la obra de Dhuoda, que se titula Liber manualis Dhuodane quem ad filium suum transmisit Wilhelmum, que significa “Libro manual [que se lleva bien en la mano y se puede tener a mano] que Dhuoda dedicó a su hijo Guillermo”, hay, entre otros, dos datos preciosos que hoy, sin contar con ella, forman parte de la política de las mujeres y de las fundaciones femeninas .

Al principio de su libro, Dhuoda le escribió a su hijo un poema acróstico que sigue la frase o epigrama: “Dhuoda dilecto filio Wilhelmo, salutem. Lege”. “Dhuoda al amado hijo Guillermo, salud. Lee”. Acróstico quiere decir que empezó cada verso con la 4 primera letra del epigrama. El poema es un diálogo entre Dhuoda y Dios, un diálogo en el que Dhuoda recomienda a Dios a su hijo para que le proteja siempre, de manera que el niño –que tenía entonces quince años y le había sido arrebatado por su padre, junto con su segundo hijo, cuando este casi acababa de nacer– viva y sea feliz. En un fragmento de este poema, Dhuoda dice: “Dame, te ruego, generosamente, la fuerza de superar el eje de la esfera hasta tu diestra .

Iría así al reino donde, como creo, tu gente puede quedarse a descansar sin fin .

pues aunque yo sea indigna y frágil, esté exiliada, enfangada y atraída por lo inmundo, Está conmigo, sin embargo, una consorte amiga y fiable, para absolver los delitos de los tuyos.” “Est tamen michi consors amica fidaque, de tuis relaxandi crimina.” De Dhuoda hay, entre otras, cinco traducciones hechas por mujeres en el siglo XX, todas ellas universitarias. Estas traducciones se estrellan ante la sencilla frase latina: “Est tamen michi consors amica fidaque”, “está conmigo una consorte amiga y fiable” .

El editor más conocido del texto de Dhuoda en el siglo XX, el medievalista francés Pierre Riché, tradujo en 1975, indiferente al feminismo: “Tengo, sin embargo, una compañera amiga” y, perplejo, puso una nota diciendo que esta “consors amica” “podría ser la Virgen María, por lo demás ausente del Manual” (p. 75, n. 2). Lo dice pasando por alto que el culto a la Virgen es del siglo XII, por tanto trescientos años posterior a Dhuoda. La segunda de las tres traductoras al inglés, Carol Neel, en 1991, a pesar de ser una de las redescubridoras de la historia de las beguinas, siguió literalmente a Pierre Riché, atreviéndose solo a decir en nota que quizá la Virgen era un culto femenino ya en el siglo IX (p. 3, n. 23). La traductora más reciente a esa lengua, Marcelle Thiebaux, en 1998, repitió lo mismo que Riché, empeorándolo incluso a fuerza de emancipación: “Está conmigo una amiga,” –traduce– “una señora que confía en que perdonarás los pecados de tu pueblo” (p. 45, n. 15). Solamente Mercè Otero Vidal, al traducirla al catalán en 1989, ella sí atenta al feminismo aunque inhibida por el positivismo científico, se había atrevido a decir en nota que “apetecería pensar que Dhuoda tenía verdaderamente a su lado una ‘amiga consorte y fiel’, pero sobre la ‘sororidad’ en el siglo IX no podemos saber nada más” (p. 36-7, n. 6). Las traducciones posteriores, de autoras o de autores, ignoraron esta sugerencia .

Dhuoda está hablando de una mujer concreta, una consorte amiga con la que le une una relación de fidelidad y de confianza, una mujer que le da medida de lo real ayudándole a soltarse ella –la propia Dhuoda– “de los delitos de los tuyos”, es decir, se refiere a una mujer que le ayuda a Dhuoda a dejar de dar crédito a los delitos de su marido el marqués de Septimania y sus seguidores, marido que le ha quitado a sus dos hijos para usarlos de rehenes en las luchas inciviles contra el emperador en las que está metido, luchas que le costarían la vida a él y también a su hijo Guillem. En nuestro tiempo, hablamos de affidamento para referirnos a una relación política privilegiada y vinculante entre dos mujeres, una relación de disparidad que fue inventada en los grupos 5 de autoconciencia cuando el hablar empezó a sustituir a lo real, postergando el momento del riesgo, momento del riesgo que es, para una mujer, el poner en juego su deseo, precisamente fundando algo en el mundo masculino en relación de disparidad, es decir, reconociéndole autoridad a otra mujer, sustrayéndose así del patriarcado y contribuyendo a su final. Así, en relación de affidamento, han nacido las principales fundaciones femeninas del siglo XX, como las librerías, las editoriales y bibliotecas de mujeres, centros de investigación como Duoda, o fundaciones como el Circolo de la Rosa –que ha existido en Roma y existe en Milán y en Verona– o Entredós en Madrid .

En el siglo IX, la fundación de Dhuoda fue un libro, un libro para sus hijos, su Liber manualis, con el que quiso que ellos se educaran según su amor y sus instrucciones, un libro que hoy, más de mil años después, seguimos leyendo con gusto y con sorpresa .

El otro ejemplo de algo fundamental para la historia de las mujeres y de las fundaciones femeninas que habíamos perdido y que hemos tenido que redescubrir en el siglo XX es, ni más ni menos, lo que la comunidad filosófica femenina Diótima nombró en los años noventa como el orden simbólico de la madre. Los ejemplos textuales que se podrían aducir son muchos, pero sigo con el epigrama de Dhuoda que he presentado .

En un momento culminante de su diálogo con Dios, escribe Dhuoda refiriéndose a su hijo Guillem: “Mío, modelo semejante a mí no tendrá jamás, / porque, aunque indigna, soy su madre”. Aquí han resbalado algo menos las traducciones de autoras, aunque sí bastante las de autores. Lo que nos ha pesado mucho a las universitarias es el “aunque indigna”, que repite innumerables veces Dhuoda y repiten otras muchas autoras, como en el verso impresionante ya citado que decía: “La indigna, frágil y exiliada que soy” .

Las universitarias feministas nos irritamos durante muchos años ante estas expresiones, porque las interpretamos como declaraciones de inferioridad. Las interpretamos, sin darnos cuenta, en téminos masculinos y, por eso, entendimos que ellas se sentían inferiores al hombre, a pesar de ser mujeres grandes. Lo veíamos así porque, en nuestra cabeza, la superioridad se la atribuíamos a los hombres y a nadie más. Y aplicábamos este esquema a las mujeres del pasado. A pesar de que los hombres no salían por ninguna parte en los textos de este tipo de declaraciones femeninas de indignidad o de debilidad .

Dhuoda y las otras, en realidad, ante quien se sienten indignas o débiles, a quien le atribuyen superioridad, no es al hombre sino a Dios. Y es con Dios con quien están explícitamente dialogando, no con Carlomagno, ni con su marido, ni siquiera con su confesor, aunque aparentemente lo digan. Dialogan con Dios, que está dentro de ellas, que se encarnó en una mujer histórica: “Dios, sumo hacedor de la luz, / autor del cielo y de los astros, rey eterno, santo, / haz tú perfecto, con clemencia, lo que yo he comenzado; / aunque inculta, en ti busco sentido”, así empieza el epigrama de Dhuoda .

Más claro, imposible: su medida de grandeza es lo más, es el infinito, y a eso llama Dios .

En otras palabras, las universitarias feministas pusimos durante mucho tiempo al hombre en el lugar de Dios, y con esta confusión interpretamos la historia, que se nos quedaba, por lo demás, siempre pequeña. Se nos quedaba pequeña porque ahí –en ese 6 poner al hombre en el lugar de Dios, como si no pudíeramos quitarnos al hombre de la cabeza– se jugaba la posibilidad de existencia, para nosotras, del orden simbólico de la madre: si me mido con Dios, con lo más, tengo una posibilidad sexuada de infinito en la que es posible el orden simbólico. Si me mido con el hombre, sigo eternamente colonizada por él .

En el siglo XX, las fundaciones femeninas fueron naciendo cuando unas cuantas mujeres se juntaron siendo fieles a su ser mujer, a su origen femenino y materno; es decir, no midiéndose con el hombre sino con la realidad que cambia, no poniendo al hombre en el lugar de Dios. El lugar de Dios ha de quedar vacío .

De este raro diálogo entre una mujer y Dios, siendo Dios un lugar que ha de quedar vacío, sin colocar en él a nadie ni ninguna estatua ni icono, nacen fundaciones que están en el mundo, en la sustancia del mundo, sin pertenecer enteras al orden social .

Esta paradoja es la clave de las fundaciones nacidas del deseo, de la política del deseo, en fidelidad al propio origen. Porque lo social no es el mundo sino una parte del mundo .

Del origen del orden social, la madre está ausente, ahuyentada y reemplazada por sistemas de poder de un tipo o de otro. Está ausente el orden simbólico de la madre, está ausente la genealogía femenina y materna. Hoy, en mi opinión, el principal riesgo que corren las fundaciones femeninas es el de dejarse llevar por la ideología social, por la medida que dan o, mejor, pretenden dar los enormes problemas sociales, consecuencia del patriarcado, que hoy hay y de los que los medios de comunicación están repletos y nos contaminan hasta la saciedad. Corren las fundaciones femeninas un gran riesgo llevando, por ejemplo, los conflictos al dinero. Porque las fundaciones femeninas nacen del deseo mucho más que de una necesidad social, y resuelven necesidades sociales a través del deseo, no o no principalmente a través del dinero, aunque el dinero haga falta, pero sin ser, insisto, la medida de las fundaciones femeninas .

Las fundaciones femeninas del siglo XX se colocaron precisamente en la genealogía femenina y materna, no en la ideología social masculina, por más progresista que esta fuera. Así lo hizo, por ejemplo, Rivolta Femminile, fundada por Carla Lonzi y otras en Milán en 1970. Carla Lonzi escribió en un pequeño manifiesto de este año:

“¿Quién ha dicho que la ideología es mi aventura?

Aventura e ideología son incompatibles .

Mi aventura soy yo.” (1).

Algo semejante hizo la Librería de mujeres de Milán, fundada en octubre de 1975 en el centro de esta ciudad. Escribieron en 1987, en el libro titulado No creas tener derechos, un libro que interpreta y relata la historia de esta fundación, una fundación que hoy sigue abierta: “La idea de crear una librería […] enlaza con el pasado y con el presente. Con el pasado, porque ‘tomar la palabra ha sido una práctica de nuestra lucha’ y encontramos ‘un primer testimonio’ de ello en las obras del pensamiento femenino .

Con el presente, porque ‘una práctica de nuestra lucha es encontrar los tiempos y los instrumentos … para difundir, debatir y profundizar en todo lo nuevo que expresan las mujeres.” (2). Esta práctica de genealogía femenina se juntó unos años después con el deseo, con la política del deseo, que es, como decía, la clave cualitativa de la política de las mujeres y de la historia. Porque sin política del deseo las mujeres caemos en depresión, siendo la depresión en el siglo XX y también en el XXI una enfermedad precisamente social, una enfermedad del sistema de poder vigente, poder que no deseábamos, enfermedad social de la que las mujeres nos hemos hecho portadoras, diciendo, con el cuerpo convertido en texto, un malestar común y terrible .

Una mujer se deprime cuando la sociedad no reconoce su deseo y, no reconociendo su deseo, no reconoce su disparidad. Deprimida, es difícil tomarse la libertad de fundar .

Precisamente el reconocer a disparidad, que es muy distinta de la desigualdad, es el punto clave para llevar a cabo o traer a la realidad el deseo femenino de fundar. Pero reconocer la disparidad no es fácil en nuestro tiempo; no es fácil precisamente porque tendemos a confundirla con la desigualdad. La desigualdad es consecuencia de la injusticia social; la disparidad, en cambio, es resultado de la diversidad humana, diversidad que es una riqueza, una riqueza de la condición humana independiente de la justicia social; pero, a la vez y paradójicamente, la toma de conciencia de la disparidad solo se produce cuando una reconoce, y la frase que voy a citar es de Simone Weil, que para sentirla, para sentir la justicia “es necesario haber sentido hasta qué punto ella no existe” (3). Pienso que nuestro tiempo pide fundaciones femeninas nacidas de la práctica de la disparidad entre mujeres y entre una mujer y lo real. Porque hoy, al final del patriarcado, la disparidad entre mujeres y con lo real son de índole distinta de la disparidad entre las feministas del último tercio del siglo XX, y el mundo en general es muy distinto. Es muy distinto como consecuencia de los logros del feminismo, sí, sin duda. Y es muy distinto también por un cambio no feminista que deriva de las reacciones del patriarcado contra el feminismo y, también, de un rastro negativo del pasado que el presente no ha rescatado ni redimido: el delito de poner al hombre en el lugar de Dios, por ejemplo educando a las chicas de hoy a ser hombres. Hace poco, en su presentación oral en una clase de la facultad, una alumna joven, que hablaba del “doble sí” de las mujeres a la maternidad y al trabajo, un doble sí que es una revolución simbólica de hoy, dijo: claro, a mí me han educado para ser una buena profesional y económicamente independiente, pero nadie me ha hablado de la maternidad. En otras palabras, la disparidad que existe entre el cuerpo de mujer y el cuerpo de hombre, parece haber salido de la educación y de la política. Por eso es tan importante para una mujer el escuchar su deseo de fundar, si lo tiene: fundar, más que huir o emigrar o adaptarse o dar la vuelta a lo que hay .


NOTAS

1 Cit. en Librería de mujeres de Milán, No creas tener derechos, Madrid, horas y Horas, 1991, 104.

2 Cit. No creas tener derechos, 109 .

3 Cito de Luisa Muraro, Non è da tutti. L’indicibile fortuna di nascere donnna, Roma, Carocci, 2011, 23.

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María Milagros Rivera Garretas

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