Por deseo de estar en el mundo común, muchas mujeres, sostenidas por el impulso del movimiento político y pacífico de las mujeres, sobre todo del siglo XX, estamos, en el presente, mayoritariamente en el mundo del trabajo. Ya es una realidad palpable y evidente que mujeres y hombres compartimos la esfera de lo público y que ese deseo ya no se puede detener en el mundo entero. La revolución femenina del S. XX ha traído un cambio radical también en la universidad del presente: la mayoría son alumnas, y cada vez son más las mujeres profesoras e investigadoras que trabajamos en ella.
En ese contexto, un grupo de profesoras e investigadoras de distintas universidades en relación con el Centro de Investigación de Mujeres Duoda (UB) y en relación política con profesoras e investigadoras de la Universidad de Verona que forman parte de la Comunidad filosófica femenina Diótima, nos hemos preguntado e indagado sobre el sentido libre del ser universitarias en el presente, a partir de una paradoja que compartimos. La paradoja se nos presenta cuando, por un lado, es bien visible que las mujeres estamos presentes en la universidad y, por otro, percibimos que la institución universitaria, la política universitaria no se ha dejado transformar por este cambio, ni ha entrado a dialogar con el sentido libre que a bastantes -o a muchas- mujeres nos orienta en nuestro hacer universidad hoy, tampoco con el sentido libre que algunos hombres también aportan. Nos guía el deseo de comprender con más claridad lo que realmente está mostrando esta presencia femenina en la universidad, y los interrogantes y posibilidades que nos está abriendo.
Queremos aportar algunas reflexiones partiendo del proceso de análisis de nuestras propias experiencias y en relación a las surgidas de las investigaciones que estamos realizando, mediante entrevistas a profesoras e investigadoras universitarias, grupos de diálogo en relación a las entrevistas y seminarios abiertos.(1) Atendiendo, a la vez, a los cambios que están aconteciendo en estos últimos meses en nuestras universidades, tanto en Catalunya como en España, en Italia y en otros paises. Chicas -mayoría en Italia- y chicos estudiantes han desplegado con deseo y libertad protestas vivas clamando aires nuevos a la institución universitaria e inventando creativamente formas pacíficas de relación y diálogo, haciendo de la Universidad “su casa”2 en un sentido real y simbólico. El pretexto ha sido la implantación del “Plan Bolonia” que afecta a la transformación del Sistema Europeo de Educación Superior, reclamando una universidad sensata, no mercantilista, que no instrumentalice el sentido de la cultura universitaria y que se abra a un intercambio real entre profesoras, profesores y estudiantes. Es anhelo de algo más grande y más allá de lo que hay que ya no les basta. Están advirtiendo algo que es necesario escuchar y que percibimos que en algo toca y puede entrar en diálogo con el sentido libre que aportamos bastantes mujeres y algunos hombres en la universidad del presente, como señalaremos más adelante. También algunas profesoras y profesores se han sumado a las reflexiones y a los intercambios, más en Italia que en España, donde ha sido seguido también por maestras y maestros de la escuela primaria y secundaria con madres y padres, para protestar por la reciente ley de educación de la derecha italiana que en seguida ha tomado el nombre de “decreto Gelmini” -nombre de la ministra de instrución y de la Universidad-.
El texto lo presentamos en dos partes relacionadas, donde desplegamos los nudos, preguntas y posibilidades que este presente nos trae en un contexto histórico tan delicado e incierto, y a la vez con tanto anhelo de algo nuevo, sensato y creativo; no es una crisis económica solamente, sino y sobre todo una crisis profunda cultural marcada por un orden socio-simbólico del poder, más masculino que femenino, que intenta a toda costa pervivir como legado del patriarcado y del capitalismo con sus formas y términos nuevos en el presente, destruyendo sentido sensato del vivir y de las relaciones. A la vez, la misma crisis entraña una incógnita, capaz de abrir la posibilidad de algo nuevo que pueda despertar un conflicto político practicable entre mujeres y entre mujeres y hombres; hoy ya es necesario e inevitable dejar paso a la invención de espacios nuevos, libres de relaciones ancladas en la jerarquía y el poder que ya no se pueden sostener.
La primera parte, escrita por Remei Arnaus se pregunta cómo es que el sentido libre del ser mujer en la universidad no trae de manera visible y signficativa más autoridad femenina y, la segunda parte, escrita por Anna M. Piussi nos habla de la necesidad de atender a la realidad del presente y de las posibilidades que abre la libertad femenina en relación con el deseo que están desplegando las y los estudiantes, algunos hombres, y otras y otros educadores para un actuar político nuevo.
Estando más presentes, ¿qué pasa con la autoridad femenina en la universidad? María-Milagros Rivera, en su libro La diferencia sexual en la historia,3 escribe que “la diferencia sexual es una evidencia del cuerpo humano. Es algo fundamental, un hecho configurador de cada vida femenina y masculina durante toda la vida… Y, sin embargo, este hecho fundamental y fundador del cuerpo humano se ha quedado fuera de la cultura universitaria y de la política con poder de Occidente que es la que conozco. La cultura universitaria no ha convertido en saber el hecho de la sexuación de la especie humana. Lo ha dejado como un dato de la intimidad, sin apenas interés científico, ignorando que afecta al sujeto mismo del conocimiento y afecta, por tanto, necesariamente, al conocimiento que ese sujeto produce”.
Con estas palabras podemos acercarnos a entender el nudo de la paradoja y comprender algo del porqué quizá con la presencia femenina sola no baste para transformar nuestra relación con el mundo que compartimos mujeres y hombres; no baste para transformar la universidad de hoy; no baste para hacer nuestra realidad más real, encarnada y enraizada en nuestro ser mujer. No baste tampoco para un hombre que desee significarse con un sentido libre del ser hombre, y no como un neutro en masculino, que sigue perviviendo hoy, en la institución universitaria en tiempos de final del patriarcado, disfrazándose en los procesos instrumentales, burocráticos y tecnológicos con la desmedida y prepotencia de ocupar simbólicamente el mundo para los dos sexos. No basta porque hay una resistencia inaudita a reconocer lo que aporta la diferencia sexual libre, el ser mujer o el ser hombre. Cada contexto histórico encuentra nuevas maneras para seguir cancelando este sentido del vivir que habita el mundo de distinta manera siendo mujer u hombre. La de nuestro tiempo es la fantasía de igualdad de sexos, junto con la perversidad de los métodos y formas nuevas de poder presentadas como objetivas y abstractas para todas y todos.
En la Universidad, bastantes mujeres hemos transformado nuestra relación con el saber, con la gestión y con la investigación, pero ¿por qué sigue sin ser reconocido y sin ser significado lo que aportamos las mujeres con nuestra diferencia sexual libre? En las investigaciones que estamos realizando, son múltiples los gestos, las palabras, los saberes, las maneras diferentes de manifestarse que nos hablan una y otra vez de un sentido libre del ser mujer distinto del ser hombre. Y a la vez, permanece inaudito el reconocimiento de este hacer suelto, libre, paradójico y a veces contradictorio que actúa a la sombra “invisible” del sentido de la diferencia de ser mujer.
En el proceso de las investigaciones nos ha guiado esta búsqueda de experiencias y prácticas de libertad femenina. Hemos percibido que hay mucho sentido libre que orienta el hacer de las mujeres y que este tiene poco que ver con el sentido en que se orienta el hacer de muchos hombres en la universidad. Aunque ellos estén también por amor al saber y al conocimiento, sin embargo la mayoría mantienen una gran afinidad con el poder institucional jerárquico, pragmático e instrumental de la universidad.
Una investigadora del Parque Científico de Barcelona, nos dijo que si había alguna diferencia entre mujeres y hombres era “menos necesidad de que se note que seamos poderosas»; otra investigadora de ciencias experimentales percibía en ellas “ menos ego” que en sus colegas; y otra de ciencias de la salud –medicina- confirmaba que la diferencia la veía en que se nota menos el “ impulso de triunfar”. Algunos ejemplos en concreto son en el área de ciencias experimentales donde la mayoría de los hombres se “dedica” a la investigación sobre todo porque es donde se ”prospera” y se hace “carrera”, mientras ellas prefieren compaginar la gestión, la docencia, la investigación y las tutorías con las y los estudiantes, no sintiéndose con la presión, por ejemplo, para ser catedráticas.(4) En Medicina –en donde casi el 80% son alumnas hoy-, una profesora nos explica que los hombres han huido de la relación con las y los pacientes y prefieren puestos de poder, o en especialidades médicas reconocidas y de prestigio para ellos. Siempre con excepciones porque hay algún hombre al que no le interesa el poder ni la ambición, como también hay algunas mujeres que sí lo persiguen.
En la enseñanza, bastantes hemos transformado y recreado el conocimiento que enseñamos sexuándolo y vivificándolo; damos importancia especial al estar atentas y disponibles a entrar en relación con las y los estudiantes, escuchando a la vez la inquietud que nos genera cuando se percibe que la relación se estanca. Esta cualidad de la enseñanza entraña una sabiduría que posibilita a la vez acoger el deseo de sí y de comprensión del mundo que traen las y los estudiantes en el aula. En este sentido, las palabras de Chiara Zamboni5 son clarificadoras cuando expresa el anhelo íntimo con que una y un estudiante elige entrar en la universidad: “ qué cosa es sino el amor por la lengua, lo que hace que una y un alumno siga un curso de filologia y literatura; O el amor por el mundo lo que empuja secretamente a inscribirse a los estudios de Astronomía o Física”… Y afirma que “quien enseña sabe bien que la cultura viva es atención al vínculo entre sí y la transformación de nuestro tiempo histórico”. Bastantes mujeres se han dado cuenta de esto y mantienen una creación viva y libre también con el conocimiento, que les despierta –a la vez- la relación de intercambio abierta a la escucha de inquietudes del presente y deseo de más que las y los estudiantes llevan a las aulas universitarias. Deseo de más que algunas ya han notado, sobre todo en estos momentos en que las y los estudiantes han abierto el conflicto sensato -con sus encierros, con su abandono de las aulas- porque sus expectativas cada vez son más exigentes en encontrar un conociemiento vivo que entre en diálogo e intercambio con sus preguntas, con su interés de saber y comprender el mundo; y huyen de lo viejo, de lo neutro y abstracto que la institución universitaria, en la mayoría de los casos, con sus formas y contenidos, sigue ofreciéndoles y que las y los estudiantes ya no quieren sostener.
En la gestión, sobre todo en decanatos, jefaturas de estudio, jefas de departamento, las mujeres, mayoritariamente, ofrecen su disponibilidad y apertura para generar un clima de confianza y un ambiente más relejado.
Perciben que son más ordenadas, se preocupan por los procesos, por las relaciones, intentan crear espacios de intercambios, dedican tiempo a escuchar y a que los espacios sean agradables. Se sienten creativas y se ponen en juego; son organizadas y les interesa la mediación viva para resolver problemas y conflictos. Se percibe que quieren estar con lo que ellas son y con su forma singular de hacer. Van al trabajo con toda su experiencia y saber, no separan el sentido del vivir entre el trabajo y su vida familiar, saben que la vida la viven entera, que va de la casa al trabajo y viceversa y, por tanto, una nutre a la otra. Por eso, las que son madres han encontrado, a la vez, formas de compaginarlo como desean, salir o entrar en una hora que les permita, por ejemplo, llevar o recoger a sus hijas o hijos de la escuela; aunque se dan cuenta de que cada vez es más difícil, no quieren renunciar a ello y bastantes explican que no quieren cargos de gestión mientras tengan sus criaturas pequeñas.
Bastantes explican que es en la gestión donde perciben más diferencia visible entre un hacer en femenino y un hacer en masculino. También nos damos cuenta que este hacer no está exento de contradicciones y discontinuidades cuando conjugan ese sentido libre con un sentirse “fiel” a la institución universitaria con sus modos de hacer jerárquicos y sufren mucho en ello, a algunas les fatiga enormemente estar en este doble tirón. Es dificil que no haya contradicciones y sufrimiento, cuánto más sin el atreverse a poner en juego toda su potencialidad de libertad femenina, sustrayendo terreno y crédito a las reglas de juego del poder, ya que se pierde, con más facilidad, el origen del sentido de la verdadera política en que ellas, sobre todo, saben moverse como damas y señoras muchas veces, orientadas por el deseo y la confianza de una política más elemental nombrada así por Antonia De Vita.(6) Una política elemental que es modesta porque sabe atender a las relaciones de intercambio y a la singularidad del deseo, y que entra en conflicto directo con las regulaciones de la institución. Aquella política que sabe abrir posibilidades y sostener capacidades, como escribe esta autora cuando dice: “que es una política comprometida con lo humano, con la esencial significación de lo vivo, garantizando que siga existiendo una verticalidad que no sea jerárquica entre el sentido y su sabor, entre lo que está arriba y lo que está abajo, entre teoría y práctica, entre lo inmaterial y lo material”..
En relación con la investigación, la mayoría de mujeres sitúa con gran claridad el sentido a que da precedencia en sus creaciones en la investigación como: el sentido de la investigación es propiciar la comprensión de lo humano; preferencia de investigar en relación, donde el proceso relacional apoya la búsqueda de sentido del qué y el cómo se hace; el intercambio en grupos interdisciplinares; el gusto y el placer de investigar; la apertura a una transformación de sí que conlleva el proceso mismo de investigar con todo tu ser; la apertura a la curiosidad y al reto de descubrir algo creativo en que tengan que relacionar diferentes partes; la implicación en proyectos con chispa, que tengan su gracia, y que se deban resolver con respuestas creativas y originales. Algunas científicas coinciden en que cuando ya han resuelto lo que estaban explorando, les interesa abrir otros problemas con nuevas exploraciones, porque continuar con lo mismo les aburre… Se preocupan de que los proyectos que acogen tengan relación también con los deseos de sus becarias y becarios, teniendo en cuenta que estén a su alcance y a la vez que puedan ampliar su formación y desplegar su forma singular de investigar. Se preocupan de establecer relaciones de confianza con ellas y ellos.
También, prefieren trabajar y colaborar entre mujeres, por el hecho de que notan que hay más responsabilidad y menos abuso en el dejar el trabajo para la otra, como algunos hacen con mucha facilidad. Hay una preocupación que comparten y compartimos bastantes mujeres y con algún hombre también, que tiene que ver con un investigar con un fin en sí mismo abierto a la plasticidad del proceso y de la relación y sintiéndonos acompañadas por un sentido libre del tiempo amigo y abierto a los momentos significativos, los momentos de ser. Es el tiempo de Kairos que atesora el sentido no instrumental y no el Cronos de las prisas y de los plazos rápidos y cortos.(7) Bastantes nos sentimos ajenas a una investigación con una planificación estratégica para llegar a un sitio concreto teniendo presente el “ego”, como publicar por publicar,8 escalar carrera de poder, o incluso investigar para tener más dinero. Bastantes coinciden en que tienen capacidad para atender a más de una cosa a la vez con responsabilidad y dedicación.
En las entrevistas y seminarios compartidos a lo largo de la investigación se destilan perlas de sentido que nos llevan una y otra vez a que las mujeres, sobre todo, transformamos la universidad porque nos importa la relación sin fin, la que da precedencia y preferencia a lo otro con lo que entablamos relación -la otra, el otro, lo otro, lo que está en mí, lo que está al lado, lo que va llevando la vida en sí misma, a menudo más allá de la ambición y de la carrera por el ego, etc.-. Eso no significa un actuar lineal, único o con un sentido libre siempre; más bien, percibimos -y también por experiencia, continuidades y discontinuidades en este saber hacer en femenino, en esta capacidad de percibir lo otro como un don regalado por cada madre.(9) Esta capacidad también nos señala necesidad y deseo de realidad y de veracidad con lo que hay, vaya bien o no vaya tan bien en nuestro contexto donde tejemos un haz de relaciones. Esa forma de hacer parte de un saber, de una sabiduría inscrita más en la geneología femenina, como nos recuerda María-Milagros Rivera:10 “ La sabiduría la asociamos la gente con las mujeres, el conocimiento científico con los hombres. “Sabiduría”, del latín sapientia, deriva de sapere, una palabra relacionada, a través de una palabra griega que significa “jugo”, con “sabor”, es decir, con el sentido del gusto”. El pensamiento y la práctica política de la diferencia sexual, nos ayuda a tomar conciencia de que este saber hacer femenino, con sabor y gusto, en relación a la geneología femenina que nos precede, parte del sentido fundador que el cuerpo de mujer señala, sin determinismos, con su apertura y disponibilidad a la acogida de lo otro.(11) Hablo de un saber en femenino que da orden y sentido al vivir en sí mismo, transmitido siempre en el contexto complejo que acontece en el origen de cada criatura humana en relación con su madre en primer lugar; atravesando siempre la perplejidad de que este saber civilizador que sostiene la vida y la esperanza y que nos constituye, existe y pervive desbordando los límites de su sombra y de su inexistencia simbólica, porque está ahí actuando sin ser reconocido y autorizado como manera política de estar en el mundo común.
Nos hemos sorprendido de cómo ellas, al narrar sus experiencias y el sentido de lo que hacen, no lo ponen en relación directa a su ser mujer en la universidad o en los institutos de investigación, y se sorprenden de que las pongamos a pensar en ello. Primero les incomoda, y a lo largo del intercambio van reconociendo, que sí hay algo de lo que hacen siendo científicas y universitarias que está en relación a un saber en femenino que tiene relación, como nos decía una científica “con que estamos muy acostumbradas a tomar decisiones finales de mucha responsabilidad de lo sustancial de la vida y es más difícil perder el norte y no preocuparte por el alcance de las cosas como veo, de manera general, en ellos”.
Lo que percibimos por nuestras experiencias y por el proceso de nuestras investigaciones es que las mujeres sí que se han tomado, nos hemos tomado, la libertad femenina no sólo para estar con presencia en el mundo de la universidad y del trabajo sino que han –hemos- aprovechado, para estar de otra manera distinta y para crear espacios libres entre mujeres, sin demasiado “ruido”, más bien preservándonos y protegiéndonos, como nos dicen algunas; y sin abrir grandes conflictos con el poder -aunque con discontinuidades y contradicciones-. Esta libertad femenina que ha ido tomando cuerpo con nuestra presencia en la universidad, sobre todo a lo largo de estos 30 últimos años, no podía –sigue sin poder- entrar en relación de intercambio con el poder institucional, porque está en otro orden de sentido. Con la experiencia de Duoda, sabemos que aunque, reiteradamente, mantengamos una relación abierta al intercambio es muy difícil que se dé de verdad. Conseguimos algo, más bien poco, del reparto de dinero disponible a centros de investigación, que sabemos administrar con la pericia de la economía doméstica: sin despilfarro, con prudencia y con sentido de lo real; pero, de momento, es infranqueable el reconocimiento de autoridad femenina, el reconocimiento de un estar libremente en la universidad. Por eso María-Milagros Rivera se preguntaba en una reunión de investigación, si Duoda ¿es la universidad o es una universidad dentro de la universidad? También eso mismo nos decían algunas y algunos estudiantes cuando expresan que están experimentando otra universidad al margen de la que hay durante sus encierros y reflexiones fuera de las aulas. Esto nos está haciendo una advertencia: la libertad femenina no puede dialogar con la institución universitaria apegada al poder porque no cabe en su registro de relación y de interpretación de la realidad. Más bien, pervive en ésta una enemistad del legado antiguo del patriarcado a no dejarse tocar por el sentido libre de la diferencia sexual. Cuanto más, este poder universitario ha “tolerado”, en España y en otros paises europeos, donde ya no puede retener ni detener la presencia femenina, homologar a las mujeres, incluyéndonos como competidoras en sus procesos de selección, evaluación, acreditación, etc. Con la complicidad también ahora de algunas mujeres, que desean el poder, o por fidelidad a lo masculino, o por pensar que -más allá de una gran ambición- pueden cambiar o aportar algo que favorezca una política diferente. Pero es un riesgo y un desequilibrio muy grandes que asumen sin tocar lo fundamental que trae la libertad femenina en el presente: por un lado, la escucha atenta al propio deseo femenino, y por otro, pasar cuentas con la autoridad femenina de verdad. Pasar cuentas con el origen de este saber fundador de la vida expulsado de la política. En este sentido, algunas investigadoras nos hemos preguntado cómo llevar el sentido libre del legado de la madre a la política. Es decir, reconociendo lo que procede de ella y más allá de ella, en mujeres y también de manera distinta en hombres, como orden y estructura del sentido de lo que hacemos y de las relaciones que tenemos, moviendo la posibilidad de otra política más elemental en el mundo, sustraída de la ambición de poder.
Algunos hombres, hoy, notando ya el final de patriarcado, están nombrando su desubicación y encontrando palabras cercanas a lo que estoy planteando, al entrar en relación con el pensamiento de la diferencia sexual y la práctica política de las mujeres. En este sentido, Marco Deriu12 escribe: “muchos textos de autoras y autores dan cuenta de subrayar la dimensión estructuralmente masculina en el nacimiento y en la definición de las instituciones políticas modernas y consecuentemente el alejamiento no contingente del otro sexo. De ahí que el reto no sea extender simplemente este sistema a las mujeres o incluirlas uniformándolas en él, sino comprender esta enemistad con el universo femenino para proceder a un conflicto capaz de modificar el orden existente y sus implícitas oposiciones”.
Hoy necesitamos de una mediación sensata para abrir un conflicto practicable entre los sexos para detener tanta enemistad convertida tantas veces en violencia, unas veces más y otras menos visible, pero siempre simbólica – por la dificultad enorme en reconocer autoridad femenina- contra la creación femenina y el sentido libre de ser mujer. A su vez, imposibilita el liberar y reconocer deseo, que lo hay, de creación masculina libre más allá de lo que hay. Siento, sentimos necesidad en el presente de relaciones practicables para que convivan con gracia y autoridad entre sí mujeres y hombres no patriarcales que compartimos un mundo común que es uno, practicando una y otra vez la alteridad y la confianza que abran un intercambio verdadero. Alteridad y confianza son dos dones, más femeninos que masculinos, que nos pueden acercar a la paz en casa, en la calle, en el trabajo, y por tanto en la universidad de hoy.
Esa falta de confianza y de reconocimiento de la alteridad que el poder de la institución universitaria encarna, al negar y al no reconocer autoridad femenina, está trayendo y no por casualidad un recrudecimiento de los métodos del poder, a la vez que se han transformado sus términos. Lo vemos con el exceso de mediaciones instrumentales –que interfieren con gran violencia simbólica el sentido de las relaciones de confianza y de autoridad femenina y confunden el deseo femenino– que se dan en las normativas y criterios para la docencia, para la evaluación, para los requisitos de evaluación de la investigación; así como el exceso de desplegamiento de mecanismos burocráticos, normativas y legislaciones, el exceso de aplicaciones informáticas y tecnológicas rígidas; también se dan en concebir un sentido de lo científico estrecho y abstracto, el execeso de acreditaciones y requisitos para acceder a la universidad que dificultan y entorpecen el deseo libre de muchas jóvenes, sobre todo, que aportan con sus exigencias nuevas de ser universitarias un sentido libre más allá de la meritocracia, etc. Y todo esto, no es una casualidad sin más, sino que indica un gran desorden simbólico, que se refleja, por ejemplo, en la desesperada desubicación masculina en relación a su poder y autoridad en el final del patriarcado, y que se aferra a recrudecer, en vez de soltar, el control de un poder antiguo en crisis, lanzándonos a unas y a otros a la deriva de un vivir neocapitalista inhumano, que en palabras de la filósofa Gemma del Olmo13 “nos convierte en cosas porque poco a poco socava cualquier profundidad de pensamiento, porque nos seca el alma y sustrae lo divino que hay en el ser humano».
En este contexto incierto, ¿cómo podemos hacer más visible la tensión entre la libertad femenina y el orden socio-simbólico dado? ¿Cómo nos atrevemos las mujeres a abrir mediaciones nuevas y creativas en la Universidad de hoy para que los hombres no patriarcales puedan apoyarnos a parar la violencia institucional presente y puedan volver la mirada al sentido del vivir y de las relaciones que está en el origen de la «política elemental» que ya existe, distinta del poder? Será la mediación adecuada la que nos podrá indicar un camino -o pasajepara visibilizar esta política subterránea, más femenina que masculina, y para reconocerla como ganancia política para mujeres y para hombres no patriarcales del presente. (14) Energia pensante e invenciones prácticas para la realidad nueva que abre el presente En todos los países occidentales y en muchos extraoccidentales (pensemos, como caso emblemático, en Irán), la afluencia femenina a las universidades ha crecido lenta pero irreversiblemente hasta superar, en cifras absolutas, la masculina. El deseo de las chicas de estar donde les gusta estar ha transformado en pocas décadas la educación superior y ha hecho que pase de ser una educación de elite a una educación para todos (prefiero esta expresión en lugar de la más conocida: «de masas»). En la universidad las chicas parecen moverse con comodidad, se titulan antes, sacan mejores notas, cambian menos de facultad o de carrera que sus coetáneos, probablemente porque escogen más de acuerdo con sus intereses que en función de las perspectivas laborales. También las adultas han entrado en número creciente, como investigadoras y profesoras, y más por amor que por necesidad o prestigio.
Y, sin embargo, hoy está creándose una paradoja: el avance cuantitativo y cualitativo de las mujeres en territorios históricamente masculinos como la universidad es un hecho, pero la universidad parece que va cada vez peor. (15) Como si los cambios provocados por la presencia femenina y, aún más, por la política de las mujeres en la vida universitaria —como en otros ámbitos de la llamada esfera pública— no se tradujeran en una modificación significativa y cualitativa de la institución. Luisa Muraro,16 hablando de esta paradoja en términos más generales respecto al estado de nuestras sociedades y del mundo, para empezar invita a encararla teniendo en cuenta que en épocas de transición como la nuestra coexisten cosas muy opuestas entre sí. Ver y tener presente la actual coexistencia entre revolución femenina y desorden simbólico-social de la institución universitaria es un primer paso: es necesario no dejar de mantener en tensión esos dos aspectos, ver que el poder no ocupa todo el espacio y que ya hay otra cosa.
Y que se puede imaginar otra cosa. Está en nuestras manos el intensificar nuestra capacidad y la de los demás de ganar terreno al poder, para ir más allá, para desequilibrar esa coexistencia a favor del primer polo, la libertad femenina, y con ella la libertad en general.
Si con la “empresarización” de las universidades y su subordinación a las lógicas del mercado capitalista se ha agudizado el desfase entre un modelo de trabajo y de carrera diseñado según el estándar masculino de competición y éxito, y la experiencia de las mujeres, sus capacidades y sus deseos, en todo ello debe verse un grave defecto de la universidad, no de las mujeres. Un vicio que repercute en la calidad y el sentido de la vida universitaria para todas-todos. Un vicio que no puede corregirse con ajustes paritarios, ni combatir con prácticas de reivindicación y oposición, que siguen dependiendo de la lógica del poder La universidad contemporánea, postpatriarcal, ha heredado del patriarcado la lógica del poder, que ahora tiene lugar entre hermanos (y hermanas).
Una vez desaparecida la dimensión vertical de las genealogías simbólicas masculinas, que también fueron, entre muchos aspectos negativos, fuentes de civilización, de creación de pensamiento y lengua, parece que quedan fragmentos de un edificio al que se le intenta dar febrilmente una nueva estructura, más solidez, más credibilidad, en una época en la que todo está en juego. Aprovechar este estado fluido de las cosas —no por intereses particulares, sino para dar un nuevo inicio, consistencia real, y nuevas visiones a los contextos en los que se investiga, se intercambia pensamiento y palabra entre generaciones distintas, se aprende y se enseña, se administra la vida universitaria— es lo que están haciendo más mujeres que hombres.
No sin problemas. De hecho, no son pocas las mujeres que, a pesar de su deseo de ser universitarias y su intensa pasión por la investigación y la enseñanza, han preferido renunciar tras haber experimentado la dureza de los modelos de trabajo académico confeccionados a la medida masculina.
Susan Pinker17 demuestra de forma convincente, con datos estadísticos y entrevistas en profundidad a investigadoras académicas, cómo en las sociedades occidentales —en las que el mundo masculino se obstina en incentivar el acceso de las mujeres a todos los ámbitos públicos y profesionales, y a menudo también a funciones de prestigio— muchas mujeres, a pesar de tener éxito, se retiran y descubren la libertad de seguir sus propias preferencias en otros contextos, combinando creativamente deseos e intereses diferentes. En el mundo académico el fenómeno afecta en particular a los sectores técnico-científicos, en los que las mujeres también destacan, pero en los que es más fuerte la presión de los estándares masculinos de pensamiento y organización del trabajo. A esa retirada de las mujeres, la sociedad masculina parece que responde aumentando la dosis, es decir, preguntando: «Shoudn’t a woman be more like a man?».
Con el éxodo de las mujeres de los puestos de responsabilidad y excelencia se pierde una riqueza importante no sólo de competencias científicas y profesionales, sino sobre todo de saber y sabiduría de la vida. También la renuencia de muchas docentes a implicarse en la política académica y privilegiar la investigación y la relación con los estudiantes en todas sus formas, si bien por un lado es señal de una diferencia femenina que no se apasiona por la lógica del poder, por el otro priva al gobierno de la universidad de la energía de un pensamiento diferente y de un modo distinto de hacer universidad. Un modo que privilegia los procesos y su calidad sobre los productos, las relaciones no instrumentales sobre las relaciones de fuerza y competitivas, la acción espontánea instituyente sobre la conservación de la institución, el hacer/ser universidad como obra viva y abierta sobre el desempeño de papeles y funciones que sostienen una máquina organizativa, repetitiva a pesar de los continuos cambios y cada vez menos vital. Una manera que privilegia la creación social sobre laconstrucción social. (18) La cancelación de la diferencia sexual, la pretensión de que las mujeres sean cada vez más iguales a los hombres para existir socialmente, ha reducido al mínimo las posibilidades creativas y generativas del mundo universitario, que se ha convertido en un lugar de escasa libertad, de conformismo preocupante y de mucha sumisión. Estar en la universidad enteramente como mujeres, practicar formas libres de expresión de nuestra energía pensante, hacer universidad con acciones simbólicas precisas, renovar su sentido, es una exigencia de nuestro tiempo y responde a una necesidad real de cambio, sentida más por las/los estudiantes y por segmentos significativos de la sociedad que por los políticos o la institución académica en sus distintas articulaciones. Sin la diferencia femenina libre, cualquier institución, como cualquier forma de vida pública, está destinada a deteriorarse y autodestruirse.
Como ha puesto de manifiesto Remei Arnaus en las páginas anteriores, con la toma de conciencia de la diferencia femenina como significante libre, el amor por la investigación y la enseñanza ha encontrado para algunas de nosotras vías imprevistas e inéditas de realización, conjugándose felizmente con el amor por la libertad o con la fidelidad consciente al hecho de ser mujeres. Se trata, como hemos comprendido, de un proceso sin fin, que toma su impulso de la apuesta política de relanzar, desplazar siempre los límites de la universidad diseñada por los hombres abriéndola a lo posible y lo imposible, para convertirla en un lugar de vida asociada favorable a la libertad y a la inteligencia personal y colectiva. Como debería ser la universidad.
Muchas docentes vinculadas al feminismo han pensado o piensan que han encontrado un atajo al proponer soluciones compatibles con el orden y las reglas de la institución —y por eso fácilmente obtenibles— como las iniciativas (carreras, másteres, doctorados, centros) de estudios de las mujeres o estudios de género, y la reivindicación de la paridad. La vía que han escogido otras, en Italia y en España, ha sido diferente: es una vía que se caracteriza por el hecho de que recorre un camino más largo, que busca mediaciones más comprometedoras (pero más eficaces), y al mismo tiempo pone sobre la mesa acciones repentinas que han ido más allá de las reglas y los límites dados, cuando el deseo ha sabido ver la ocasión, cuando el significado de la puesta en juego se ha captado al instante.
Estamos sólo al principio, hay todavía mucho por hacer. Un «mucho» que no se sitúa en el orden de una progresión temporal, de conquistas graduales, sino en el sentido de la potenciación del deseo y sus mediaciones, es decir, en el orden de lo simbólico.
En el orden de lo simbólico asistimos a saltos repentinos e impredecibles, que resultan mucho más eficaces cuanto menos programados. Saltos que —estoy convencida— el deseo, antes incluso que la necesidad, sabe dar.
Saltos hacia un más de ser.
Como ha ocurrido, de forma imprevisible, en los últimos meses, en Italia y otros países europeos, con los movimientos a favor de una escuela y una universidad públicas, libres, participativas, productoras de cultura como bien en sí, un bien común necesario para conjugar libertad y convivencia y llevarlas a altos niveles de civilización. Se ha abierto un importante conflicto simbólico sobre el sentido del hacer universidad, hoy cada vez más propenso a modelos empresariales y mercantiles que jerarquizan según lógicas utilitaristas los saberes, su creación y transmisión,19 y conducen las identidades, los deseos, las relaciones de los sujetos que en ella habitan (estudiantes y docentes, en primer lugar) hacia direcciones extrañas y alienantes. (20) A partir de los años ochenta y con una visible aceleración en los noventa, las universidades se han visto envueltas en procesos de comercialización y privatización que las han transformado en lugares directamente productivos, que han modificado profundamente los objetivos de la investigación, las prácticas administrativas, las condiciones de trabajo, las expectativas de los estudiantes, y los significados y discursos de la institución universitaria; en resumen, toda la vida académica. En todo el mundo y cada vez de una forma más pronunciada, estos procesos han redefinido los deberes de la institución universitaria, transformándola en otro agente del mercado de la formación y la investigación, mercado subordinado al interés de oligarquías políticas y financieras, y al imperativo de la competitividad entre individuos y países en la lucha económica global. El intento de construcción de un espacio europeo de la educación superior, conocido como proceso de Bolonia, va en esa dirección. Una serie de deslizamientos de sentido han acompañado de forma gradual, casi imperceptible, pero aparentemente imparable, las transformaciones materiales e inmateriales de la vida universitaria, así como en general las formas de vida, y los sujetos que en ella habitan. El paradigma mercantil producción/consumo, proveedor/cliente, ha trastornado las relaciones sociales y las relaciones entre sujetos, sometiéndolas a la presión meritocrática y productivista y a parámetros puramente empresariales.
En los últimos quince años las mujeres más que los hombres hemos sufrido cambios, en la mente, en el alma y con frecuencia en el cuerpo, como demuestran las experiencias personales y los testimonios recogidos durante la presente investigación. Pero, precisamente porque estamos más alejadas de las lógicas del poder y de la medida del éxito y el dinero, la crisis actual y sus destructivas consecuencias nos ha sorprendido en menor medida que a los hombres.
Es más, la actual crisis interna del modelo neoliberal, que ha golpeado también a las universidades con sus recortes financieros, la precarización y explotación intensiva del trabajo, la disminución de la calidad de la formación y la jerarquización de la cualificación intelectual —crisis que ahora los gobiernos académicos pretenden encarar mejorando la gestión—, a nosotras nos parece una gran oportunidad. Y como tal ha sido acogida también por las personas más jóvenes —estudiantes e interinos al frente—, menos vinculadas a las lógicas de poder y más afectadas en cuanto a la dignidad de sus deseos, sus necesidades, sus aspiraciones y sus esperanzas; en primer lugar, la esperanza de una existencia digna de ser vivida. Como en otros países, en Italia la crisis de la universidad pública se produce al mismo tiempo que el intento de destruir el sistema educativo en su conjunto, comenzando por la escuela infantil, con el desmantelamiento del servicio público y el incremento de las políticas de seguridad excluyentes, cuando no abiertamente racistas. Por eso el movimiento de las/los estudiantes no se ha limitado a la universidad, sino que se ha ampliado a las ciudades, los territorios, conectándose con otros movimientos impulsados por el deseo de justicia y convivencia pacífica, con los cuales comparte las formas de una política no de rebelión, sino que plantea propuestas, a partir de sí y en relación, generadora de acciones sensatas y verdaderas, próxima a la política más elemental, a la que hemos dado el nombre de política de lo simbólico. Y lo real se ha descubierto en su complejidad y riqueza saliendo de la irrealidad empobrecedora de un mundo sometido a las relaciones de fuerza.
Ha nacido un movimiento espontáneo, imprevisto e impredecible, pacífico, que se apoya en la palabra y las relaciones personales y no en el gesto violento, un movimiento del que se han vuelto promotoras maestras y madres, y que se ha ampliado en ondas sucesivas, discontinuas y cada vez más amplias, a todo el país: con iniciativas que han reunido a niños, estudiantes, padres, maestros de escuela, docentes universitarios, investigadores e investigadoras, amplios sectores de la sociedad civil, en una acción singular y colectiva para mí inédita. Creo que hablar de ello en este texto ya significa hacer política, porque —como sabemos desde la política de la diferencia sexual— ver, leer, acompañar la realidad de los hechos con las palabras, apostando por su sentido, otorga a esos hechos una realidad y una consistencia que de otro modo se perderían, abandonados a la deriva de una interpretación aplastada por la lógica del poder. Ver en este tiempo de transición un futuro que ya está aquí es una operación tan arriesgada como necesaria. Pero siento que hablar de ello en estos términos, sustrayendo al poder el sentido de lo que (nos) está pasando, en este momento me orienta en mi hacer y pensar la universidad, y tal vez oriente también a otras, otros.
Veo a chicas y chicos, a universitarias y universitarios, tejiendo relaciones con el placer de la relación y autoorganizándose creativamente una y otra vez fuera de los dispositivos de la delegación y la representación, los veo deseosos de volverse irrepresentables e inalcanzables por ideologías viejas y nuevas, y buscar con esperanza y civilización un encuentro con nosotros, los docentes, y con los decanos, los rectores; leo sus documentos de protesta y propuesta, aprecio su capacidad de análisis a partir de sí y en relación con otras y otros, lecturas y análisis más perspicaces y maduros, por ser más libres, que muchas publicaciones científicas y politológicas; no se me escapa su determinación de querer estar en primera persona y defender, además del suyo, el futuro de este extraño país nuestro y una civilización de relaciones donde la cultura y la formación sean bienes personales y colectivos irrenunciables. Nuestras y nuestros estudiantes, toda una generación a riesgo del presente y el futuro, con la movilización en defensa de la universidad pública amenazada por la destrucción de gobiernos de derecha e izquierda, se han colocado en el centro de la vida universitaria, en el lugar que les corresponde. Y con razón han asumido como paradigmática la frase «No pagaremos nosotros vuestra crisis». Con inteligencia política han escogido la palabra crisis para nombrar no sólo la catástrofe económica-financiera, sino aún más la caída de todo un modelo de sociedad y civilización, la caída que desde la política de la diferencia hemos llamado final del patriarcado. Se han (re)activado las relaciones donde antes había un desierto relacional: gracias a ellos y ellas y algunos docentes, sobre todo mujeres, se ha (re)abierto, en las universidades y en las ciudades, el espacio de la política como lugar de palabra pública, de exposición de sí en el intercambio libre, de búsqueda de mejoras para sí y para las otras/los otros.
«Estudiar con lentitud»21 ha sido uno de sus primeros eslóganes de propuesta, para nombrar una necesidad y un deseo no suprimibles, una necesidad y un deseo que también nosotros, los profesores e investigadores, sentimos pero que hemos callado con demasiada frecuencia. Y con inventiva, seriedad y diversión, han dado forma pública a su interés por la cultura y el estudio, sacando junto con las/los profesores, las clases, los cursos, los seminarios fuera de las aulas, en las plazas y las calles italianas, en contacto con niñas y niños, con ancianos, con personas comunes, y haciendo de la universidad un laboratorio cultural y político, una referencia visible, próxima y abierta a toda la ciudadanía: «La universidad y la escuela son de todas y de todos. La cultura es aquello de lo que tenemos hambre», se lee en la conclusión de su carta abierta a toda la ciudad. Comparto sus palabras, una fuerte invitación a defender la educación y la cultura como bienes públicos irrenunciables frente a las crecientes presiones para su privatización; las interpreto como expresión también de una justa aspiración por conseguir una titulación para un trabajo digno, pero sobre todo del deseo, durante demasiado tiempo reprimido por el mundo adulto, de una formación por sí misma y no para el beneficio, para aprender a convivir pacíficamente y no para adiestrarse en la lucha económica, para entender la vida y el mundo, y no para obtener rápida y superficialmente créditos y puntos desde la óptica de una continua, abstracta y arbitraria certificación de conformidad como «recursos humanos» del capital. Una óptica en la que también se han ocultado las fuerzas de la izquierda —partidos, sindicatos, intelectuales—, más interesados en hacer funcionar la máquina organizativa y productiva que en preguntarse sobre su sentido.
Distanciándose de la política institucional, la masculina —el populismo mediático y autoritario de la derecha, así como los destrozos y la ceguera de la izquierda—, no resulta difícil reconocer los signos de otra política, la política del partir de sí y las relaciones. No es casual que muchas de las protagonistas sean chicas; que muchos documentos del movimiento de las/ los estudiantes hablen un lenguaje sexuado; la determinación de actuar exponiéndose con un pensamiento independiente y a partir de sí toma su impulso de lo que les ha afectado directamente; como singularidad en relación con otras y otros, se unen con vínculos móviles y no oportunistas; ajustan cuentas con el presente sin perder de vista el futuro, juzgan su mundo más próximo pero quieren dar sentido a un mundo más grande; parece que conocen la necesidad de atenerse a la realidad y al mismo tiempo sostener su deseo libre: los dos registros que en su momento Diótima llamó «extremo realismo» y «pensar en grande». (22) Vienen después de nosotras. Pero han aprendido de nosotras, mujeres (y algún hombre) que los hemos criado, cuidado, educado sin solución de continuidad entre casa y escuela, con prácticas cotidianas de civilización y con palabras atentas para sostenerlos en su búsqueda de sentido. Y han aprovechado, también por vías que nos resultan difíciles de descifrar y que probablemente nunca conseguiremos entender del todo, nuestra labor simbólica, el deseo de libertad y de amor de nuestra manera de actuar, la transitividad de las relaciones políticas entre mujeres, y tal vez desde ahí hayan tomado el impulso para poner en práctica una política espontánea, autónoma y compartida.
Y entre visible e invisible, la revolución femenina ha producido también aquella «infiltración subterránea y benigna»23 de la que el nuevo movimiento de estos meses parece sacar energía pensante y creadora. Los procesos vitales, también desde el punto de vista político, están marcados por la intermitencia y la discontinuidad: si hoy palabras como autorreforma oautoformación circulan con su fuerza simbólica cortando el orden del discurso público oficial y muestran una dirección, una orientación de sentido en la actuación independiente y propositiva de al menos una parte de los nuevos movimientos, quizá sea también un efecto, no del todo predecible, de la clarividente apuesta que en años ya lejanos hicieron algunas mujeres, en relación política entre ellas y con algunos hombres, y que bautizamos con el nombre de autorreforma de la universidad. (24) La movilización de las/los estudiantes, precedida y acompañada por la de las maestras y las madres en toda Italia, parece que ha recogido un sentimiento difuso, ahora circulante también en su lado impersonal, de modo que la palabra femenina está en las cosas y hace orden simbólico.
Con nuestra voz y la de nuestras/nuestros hijas/hijos y estudiantes, la diferencia femenina, que la institución universitaria ha intentado cancelar de todos los modos posibles, se hace presente y viva, abre el conflicto y lo lleva a la altura necesaria, la altura que ninguna organización masculina, desde las más corporativas, los lobbies de docentes y rectores, hasta los partidos y los sindicatos, tiene la fuerza suficiente para alcanzar.
No sabemos cuál será el fruto de estas movilizaciones, pero la acción política en sentido elevado, y con ella la ganancia simbólica de toma de conciencia y de toma de palabra, ha ocurrido y en cierta medida ha marcado la realidad de forma irreversible.
Para hacer universidad es necesario el sentido libre de la diferencia femenina, de igual modo que para hacer vida y mundo. Para que la palabra universidad se corresponda no con un flujo imparable de disposiciones, dispositivos, procedimientos, palabras que giran en el vacío sobre sí mismas, en una falsa unanimidad, sino con el ser, el ad-venir, el desplegarse de las posibilidades, es preciso reactivar continuamente la independencia simbólica de las mediaciones ya dadas y las relaciones de fuerza, en las que los hombres tienden a encerrarse, en una absolutidad artificial a la que pretenden atraer también a las mujeres y a sus semejantes más jóvenes.
Reabrir el sentido de la universidad, no importa si para restituirla a su sentido originario o no, pero sí para sacarla de la mortífera repetición de las complicidades a la baja, de la competición egoísta, de la opresión y el conformismo, transformarla y hacerla vivir según nuestros deseos y necesidades, eso es lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo. Quizá sea ésa la razón por la que algunas y algunos estudiantes han visto en algunas de sus profesoras, también en nosotras, el significante de un cambio más vasto.
Notas
- Hay dos investigaciones en curso, una con la colaboración del el Instituto de la Mujer de Madrid, que lleva por título. “Ser universitarias en el presente”, coordinada por Remei Arnaus y Anna M. Piussi y las investigadoras que forman parte de ella son: Núria Jornet (UB), María-Milagros Rivera (UB), M.Elisa Varela (UdG), Asunción López (UB), Assumpta Bassas (UB), Marta Caramés (UB), Nieves Blanco (UMA), Arantxa Hernández (UZ), M. Frida Álvarez (UB), Patricia Hermosilla (UB), Chiara Zamboni (U.Verona) y Antonia De Vita (U.Verona); Y la otra, “el desig femení a la Universitat”, se realiza con el apoyo de las ayudas AGAUR de la Generalitat de Catalunya, que coordina Remei Arnaus con el apoyo de M. Frida Alvarez y con las investigadoras antes mencionadas de la Universitat de Barcelona y de Girona, además de Patricia Martínez, investigadora de la UB.
- En algunas facultades hemos podido ver como las alumnas –mayoría en el Campus de Educación- y alumnos han “ocupado” los espacios de la universi- dad para vivir cotidianamente: comían, dormían, organizaban sus diálogos, sus escritos, sus relaciones para su protesta. Pero más allá de la protesta, se percibía un gran anhelo y deseo de transformación de la universidad quizá ya caduca del presente y de lo pensable para el futuro. Resaltaba realmente la vida creativa de los pasillos, del vestíbulo, con el de las aulas; aunque algunas de ellas la pueden tener cuando se ponen en juego de verdad cada profesora y cada alumna y alumno.
- La diferencia sexual en la historia. València: Publicacions de la Universitat de València, 2005, p.15.
- Quizá eso explique la ajenidad de las mujeres a ser catedráticas -las estadísticas confirman un 13’7% de catedráticas en la universidad española en el curso 2005-2006 (Roser González.Gens, gènere i ciència. Conferència inaugural del curs 2006-2007. Universitat de Barcelona. 2006, p.17) porque no se sienten interpeladas a hacer una carrera con la violencia de la competi- tividad.
- Annarosa Buttarelli, Luisa Muraro y Liliana Rampello, DUEMILAEUNA, donne che cambiamo l’Italia. Milano: Ed. Editrice, 2000.
- V. Antonia De Vita “Buscando una política más elemental: sostener capaci- dades, abrir posibiliades”. Revista DUODA. Estudios de la diferencia sexual, 35 (2008), p. 94.
- El sentido del tiempo “amigo” está tomado de Caterina Lloret de su texto “Las otras edades” en Jorge Larrosa y Núria Pérez de Lara, Imágenes del otro. Barcelona: Ed. Virus, 1997, p.13. Y el sentido del tiempo abierto a losmomentos de ser está tomado de M. Milagros Rivera Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000. Barcelona: Icària, 2000, p. 59. Ver también el texto deM. Elisa Varela (2007). “La experiencia y el tiempo de la relación siendo fiel al origen”. Revista DUODA. Estudios de la diferencia sexual. 33, pp.61-85.
- Cada vez hay más autoras y algunos autores que se preguntan por el sentido del publicar, como Kathleen Nolan “¿Publicar o compartir?. Reflexión en torno a espacios de investigación”. En Ronald Barnett (ed.), Para una transformación de la universidad. Nuevas relaciones entre investigación, saber y docencia. Barcelona: Ed. Octaedro, 2008, pp.159-178.
- Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre. Madrid: horas y HORAS, 1994.
- Ver su capítulo “Duoda ¿Es la universidad? Informe de investigación “Ser universitarias en el presente”. Instituto de la Mujer, 2008, p. 47.
- Capacidad que María-Milagros Rivera nombró capacidad de ser dos, en su libro, El cuerpo indispensable. Significado del cuerpo de mujer. Madrid: Ed. Horas y HORAS, , 1996, p. 13.
- En Marco Deriu “Tra la crisi del padre e l’ombra della madre: (oltre) i limiti della democraczia». Pedagogika nº 3, año XII (2008), monográfico: “Institución e Democracia. Trad. Núria Pérez de Lara.
- En su texto de reflexiones sobre el informe de investigación de “Ser Universitarias en el presente”, para el intercambio en el seminario organizado en la Universidad de Verona “Come abbitare l’Università. Donne e uomini nell’università del presente”. Febrero, 2009.
- Agradezco a Luisa Muraro y a M.-Milagros Rivera sus reflexiones que me han inspirado estas preguntas finales.¨C32C
- Prueba evidente de ello es el descontento que han manifestado en los últimos años numerosos movimientos de estudiantes, investigadores y do- centes en diferentes países europeos, asiáticos y norteamericanos; en rela- ción con estos últimos, véanse los materiales del encuentro «Rethinking the University: Labor, Knowledge, Value», Universidad de Minnesota, 11-13 de abril de 2008, y Krause, M., Nolan, M., Palm, M., Ross, A. (2008), TheUniversity Against Itself. The NYU Strike and the Future of the Academic Workplace, Temple University Press, Filadelfia, que trata la movilización de los graduate students de la New York University (NYU) en torno al conflicto sobre el estado del trabajo cognitivo y sobre el destino de la universidad pública. Trataré esta cuestión más adelante.¨C33C
- Luisa Muraro, «Vivere in un mondo che sembra all’oscuro della nostra libertà», Via Dogana, 2008, 86, p. 3.¨C34C
- Susan Pinker, The Sexual Paradox, Nueva York: Scribner, 2008.¨C35C
- Sobre la distinción entre creación social y construcción social, véase Anna Maria Piussi (coord.), Formar y formarse en la creación social, Valencia: Instituto Paulo Freire de España y Edicions del Crec, Xàtiva-, 2006.¨C36C
- Véase Antonia De Vita, «All’Università: qualità sociale e vita associata», informe Ser universitarias en el presente, Madrid: Instituto de la Mujer, 2008.¨C37C
- Véase también: VV. AA., università globale. Il nuovo mercato del sapere, Roma: Manifestolibri, 2008, un libro misceláneo, ahora en proceso de traduc- ción a varias lenguas, que es punto de referencia de los movimientos y recoge los materiales de Edu-factory, iniciativa que en sus dos primeros años se constituyó como un proyecto de debate transnacional sobre la universidad del presente. Edu-factory (www.edu-factory.org) ahora se dedica a proyectar, fuera y en contra del mercado de la formación, una global autonomous university, la construcción de una red transnacional de investigación, educa- ción y producción de conocimiento a partir de les experiencias de lucha y de creación libre de saberes, ya existentes en varias zonas del mundo. El proyecto, de matriz ideológica autonomista y operaísta (Toni Negri), parte del nexo entre el declive de la educación y las relaciones sociales, la precariza- ción del trabajo y la vida, y las crisis de las universidades, productos del capitalismo neoliberal, y se centra en el general intellect y la figura social del trabajador posmoderno (incluyendo a estudiantes e interinos del conocimien- to) como fuerzas antagonistas. Sin embargo, en mi opinión falta en su elaboración una perspectiva de la diferencia sexual y la conciencia de la fuerza transformadora de la política de las mujeres y la libertad femenina.
- VV. AA., Studiare con lentezza. L’università, la precarietà e il ritorno delle rivolte studentesche, Roma: Ed. Alegre, 2006.
- Diotima, Mettere al mondo il mondo, La Tartaruga, Milán, 1990 (traducción castellana: Traer al mundo el mundo, Barcelona: Icaria, 1996.¨C38C
- Ida Dominijanni, «Nella piega del presente», en Diotima, Approfittare dell’assenza, Nápoles: Liguori, , 2002, p. 202. Sobre la intermitencia, véase la introducción de Luisa Muraro en el mismo libro.¨C39C
- Véase Luisa Muraro-Pier Aldo Rovatti, Lettere dall’università, Nápoles: Filema, 1996.