Conferencia dada en la Universidad de Xochicalco (Tijuana, México), Facultad de Derecho, el 25 de julio de 2023 a las 18:00 horas Madrid (9:00 hora Pacífico), organizada por Elia Paulina García.
El acontecimiento de la libertad femenina
María-Milagros Rivera Garretas
La libertad femenina ha sido y sigue siendo uno de los principales acontecimientos de la historia del siglo XX: lo es para las mujeres y las niñas, ante todo, y, en segundo lugar, para los niños y los hombres.
Ha sido y es un acontecimiento, no un derecho. O sea, es algo que sucedió y que sigue sucediendo. No es el resultado de una larga lucha ni tampoco de la condescendencia de ningún hombre ni de los partidos políticos.[1] Las mujeres somos maestras de acontecimientos. Del acontecimiento de la vida, en primer lugar, y de muchísimos más, continuamente. Muchas recordaréis la escena genial de Virginia Woolf en Un cuarto propio describiendo qué es lo que ocurre cuando una mujer entra en una habitación: ella misma es el acontecimiento. Dice Virginia: “Una entra en la habitación…: pero habría que tensar mucho los recursos de la lengua inglesa y oleadas enteras de palabras tendrían que abrirse ilegítimamente a bandazos camino de existencia, antes de que una mujer pueda decir lo que ocurre cuando ella entra en una habitación.”[2]
Es importantísimo entender que, en lo que concierne a las mujeres, ni todo es reducible a derecho ni es tampoco ni bueno ni conveniente para nosotras que sea reducido a derecho lo que parece que podría ser reducible a derecho. Porque el Derecho empequeñece el más femenino, ese más que atormenta a muchos, incluso a Sigmund Freud, que se murió sin disfrutarlo. Y también porque, como enseñó la gran filósofa y mística del siglo XX Simone Weil: “No creáis tener derechos. Es decir, no ofusquéis o deforméis la justicia, pero no creáis que se puede esperar legítimamente que las cosas ocurran de modo conforme a la justicia, tanto más cuanto que nosotros mismos estamos bien lejos de ser justos. Superposición vertical. Hay una mala manera de creer tener derechos y una mala manera de creer que no se tienen.”[3]
La libertad femenina ha sido y está siendo un acontecimiento vital, singular, de cada mujer. Es un vivir, es una vivencia que lo cambia todo. Una vivencia no minoritaria ni individualista ni colectiva sino de dimensiones, contornos y consecuencias imprevisibles. Sin -ismos, es decir, sin ideologías.
La libertad femenina no se atiene a las medidas habituales, fácilmente computables, cuantificables. Medidas, en realidad, la libertad femenina no tiene. Como no las tiene Dama Amor. Como no las tiene el almacorporal,[4] aunque el cuerpo solo sí las tenga. Como no las tuvo el movimiento feminista del último tercio del siglo XX, que se transmitió y se difundió por el Mundo de mujer a mujer, de un pequeño o mediano grupo a otro pequeño o mediano grupo. Sin pretensiones totalizadoras, sin cálculos previos, sin organización, sin objetivos, sin reglas, sin violencia. Y, por encima de todo, sin ir en contra de nada, sin volverse una antinómica, sin entrar en el pensamiento binario, sin entrar en la dialéctica opositiva, fuera esta escolástica o fuera marxista. Porque la libertad femenina no se ocupa de ir en contra de los hombres sino de dar felicidad y reconocer sentido y valor a la vida de las mujeres que la sientan, que la descubran. Que puedan con ella. Que puedan con la enormidad que es la libertad femenina. Porque lo descompone todo, allí donde se da. Como es propio de los acontecimientos.
Se había sufrido y llorado tanto la opresión de las mujeres que, por poco, las feministas del siglo XX sucumbimos en ese horror. Sobre todo las emancipadas, las universitarias, las que confiamos en la cultura, cultura que estaba construida, sin que nos diéramos mucha cuenta, sobre el contrato sexual.
Los acontecimientos vitales son otra cosa. Ocurren en el sentir, en lo que Antonietta Potente ha llamado el almacorporal, almacorporal dicha en una sola palabra, indivisible, íntegra, no fragmentada, impenetrable. Por eso, la libertad femenina la entendió, muchos siglos atrás, la mística, la mística femenina beguina. Una de ellas, Margarita Porete, quemada por el tribunal de la Inquisición de París en 1310 por su libro, nunca olvidado, Espejo de las almas simples, lo escribió en pocas palabras certeras: “por encima de la ley, no en contra de la ley”. Ahí está el acontecimiento vital de la libertad femenina. No hace falta tener ni idea de la mística para entenderlo. Basta sentir.
Pero en una Facultad de Derecho no voy a hablar de mística. No hace falta. Las propias mujeres que experimentamos la vivencia de la libertad sexuada en femenino y saltamos de alegría en el feminismo de finales del siglo XX, y las que la descubren o la reconocen ahora, amábamos la política y no sabíamos casi nada de mística.
El acontecimiento de la libertad femenina se dio en primer lugar, que sepamos, como un sobresalto, como un estupor en la vida de una mujer concreta, precisamente una jurista, llamada Lia Cigarini. Con este descubrimiento ya ganado, unos años después Lia Cigarini fundaría, con otras, la Librería de mujeres de Milán.
La historia, contada por ella misma, es la siguiente. A finales de los años sesenta del siglo XX, Lia Cigarini, hija de uno de los fundadores del PCI (Partido Comunista Italiano), militaba en las Juventudes Comunistas de Milán. Tenía entonces unos 30 años. Ella amaba la política. Pero un día, se quedó muda. Se quedó sin tener nada que decir en las reuniones del Partido. Ella entonces escuchó y atendió, meditándolo, este hecho insólito e inquietante. Y se dio cuenta, precisamente, de que se había quedado muda, de que no tenía nada que decir en las reuniones del partido, porque la libertad por la que luchaba su partido, a ella no le pertenecía, no se correspondía con su vida, no respondía a su deseo, a su esperanza, a sus inquietudes. Dejó entonces el partido y, un día, merodeando como hacíamos todas por el feminismo de su ciudad, yendo y viniendo a encuentros, actos, charlas, debates, fiestas, etc., dio con un panfleto escrito, como era habitual, por una mujer: un panfleto que hablaba de transcendencia femenina.
Este puntito de la transcendencia femenina es esencial precisamente porque Lia Cigarini, como tantas, era atea y no consideraba la transcendencia como algo ni interesante ni tampoco político. Y en ese momento (ahora ya no) la política lo era todo. Tirando de este hilo, conversando y discutiendo con otras, Lia fue tomando conciencia del acontecimiento de la libertad femenina que ella, con otras, estaba empezando a vivir. Se dio cuenta de que la libertad es sexuada: se dio cuenta de que no es una sino dos. Y se dio cuenta también de que la libertad se corresponde con la diferencia sexual, es decir, con el sentido libre del ser mujer u hombre o, en su caso, hermafrodita, como se decía entonces. Digo sentido libre, no me refiero a los estereotipos de género, que son otra cosa muy distinta porque no son libres sino dictados por el poder social.
Lia Cigarini tuvo la genialidad de darse cuenta de que había una libertad, la más conocida, esa por la que luchaba su partido, que era la libertad individualista, la del hombre dotado o cargado de derechos que, con sus derechos, actúa en la sociedad y se defiende de la sociedad. Y se dio cuenta de que había otra libertad, la que ella reconocía en otras mujeres y en sí misma, que era y es la libertad relacional, la libertad del dos, que ella llamó, con otras, insisto, la libertad femenina. Se dio cuenta de que muchas mujeres vivimos la libertad en la relación, en el dos, como libertad con, no de modo individualista. Porque a una mujer, con frecuencia, la relación le da felicidad y gloria, la hace precisamente transcender, salir del uno, orearse y gozar con otra.
La toma de conciencia de la libertad femenina cambió entonces y sigue cambiando hoy la vida de muchas mujeres. También la mía. Yo lo compruebo, año tras año, entre las alumnas del máster de Duoda, por ejemplo, un máster que durante algunos años titulamos precisamente “Máster en Estudios de la Libertad Femenina”, un programa que es un oasis en el conocimiento universitario. Este cambio vital consiste en darte cuenta de que esa insatisfacción que sientes, esa sensación de ajenidad, de inadecuación, de buscar y no encontrar, de no pertenencia, que a veces tienes, ese sentir que lo tienes todo, también todos los derechos y, a la vez, que la vida te pasa de largo, esa tristeza sin explicación ni nombre que te embarga de vez en cuando, esa falta de placer clitórico que manejas o ignoras como puedes, que te deja perpleja o incluso te avergüenza, ese pasar de un hombre a otro casi compulsivamente pensando que el problema está en él y no en todos o en ti…, todo esto, en mi opinión, es consecuencia de que no conoces la libertad femenina, de que no te das cuenta de que das por libertad tuya la libertad históricamente masculina, de que ahí serás siempre perdedora a pesar de ser grande y de saberte grande.
¿Qué es entonces, para mí, la libertad femenina? Para mí, la libertad -mi libertad- es una experiencia vital muchísimo más importante que el derecho. Nadie me la tiene que dar ni custodiar. Es una experiencia inherente a mi ser mujer, irradiada por el orgasmo clitórico, un orgasmo que, como la figura que mejor y más universalmente lo representa, la espiral -sencilla o doble-, carece de límites, lo puede todo. He escrito en el libro El placer femenino es clitórico que el placer de las mujeres es más importante que la república. La república está hecha de contrapesos y medidas que limitan con derechos y obligaciones la cantidad de poder social y, por tanto, de libertad (masculina), que uno puede detentar y, subsidiariamente, una podría detentar. La libertad femenina es una sensación de felicidad y de placer. Una sensación de felicidad, de placer y de alivio que nace del acoger el propio ser mujer, no de emanciparse de ello. Una descubre entonces que a una mujer la libertad le pertenece por su ser mujer, no a pesar de su sexo. El mundo se ensancha y la vida se aligera, se alegra, transciende y disfruta de ser una vida de mujer.
La libertad femenina es un placer profundo e intenso. Es una sensación de bienestar que viene de la vivencia de que el estar viva tiene sentido, llena, despierta, atrae, sirve. Se presenta como una coincidencia que se da de pronto, en ciertos contextos relacionales, entre las palabras o símbolos, las cosas y mi almacorporal, con la sensación de que se juntan las piezas separadas del mundo. Es algo sencillo y corriente, al alcance de cualquiera, y, a la vez, raro y precioso, porque a una mujer que ama la libertad y, además, la busca, la cultura común se le queda pronto pequeña. El “más” femenino no cabe ahí, en la cultura común, ella se revuelve y se agita, y, entonces, ella se da cuenta de que necesita fundar, necesita fundar para crear con otra u otras algo con lo que dar alas a su libertad propia, sexuada y relacional. Las mujeres estamos constantemente fundando: en la cocina de casa, en la amistad, en el trabajo, en la universidad, en la escuela, en la calle, en la cafetería. Nos encontramos, por ejemplo, con un plan de estudios que no hay por dónde cogerlo, que no te representa, y entonces, sin pelear con nadie, le damos un meneo o unos cuantos meneos hasta que sale algo completamente distinto, fundado en ti, algo que una puede explicar en clase cumpliendo con su deber pero manteniéndose fiel a su propio ser mujer, sin dejar su placer clitórico en el umbral del aula. Lo digo por experiencia. Porque a las mujeres, nada nos es ajeno. Como decía, incansable, Sor Juana Inés de la Cruz, la mujer viene siempre antes, la madre está siempre antes.[5] También en lo que atañe a la libertad.
Por eso la cultura repite machaconamente que estamos oprimidas, atadas, llorosas, enfermas, carentes, locas incluso. Cuando todo lo desmiente.
Por eso, la libertad femenina es una práctica. Es una práctica que empieza reconociendo autoridad a otra mujer, otra mujer que la genere. Precisamente en este sentido la libertad femenina es libertad relacional, no individualista. Libertad con, escribió Diana Sartori. La práctica se hace con, con alguien.
La autoridad es distinta del poder. La autoridad femenina se reconoce, no se ejerce ni se impone. Y es de quien la reconoce, no de quien la genera. El poder, en cambio, se ejerce sobre otras u otros, y es propiedad de quien lo detente. La autoridad circula, es un más, es una cualidad simbólica de las relaciones que existe en tanto que circula, escribió Lia Cigarini años atrás. Nadie es la autoridad. No hay pedestales con estatuas de piedra o de barro encima. La autoridad es de quien la reconoce y la acoge, insisto. Hace crecer, incrementa, da auge, pero a ti que la reconoces, no a quien la genera. Este es el sentido originario de la palabra auctoritas, palabra que deriva del latín augere, que significa crecer, acrecentar. El más que otra genera y yo reconozco e incorporo a mi vida, es mi fuente tangible de libertad femenina. Una libertad que es vivencia, como decía antes, que es sentir, seguir naciendo; no institución ni derecho. Sin tampoco ir en contra de los derechos, repito: más allá de la ley, no en contra.
La libertad y la autoridad femenina son íntimas amigas. Esta amistad íntima entre autoridad y libertad femenina es una experiencia muy común -nunca universal porque el Mal entre mujeres existe-[6] muy común y corriente -decía- en el feminismo, y entre mujeres en general. Vas a una reunión, a un encuentro, a un acto, alguna o algunas generan autoridad y, la que tú reconoces, te la llevas a casa y la incorporas a tu vida con la experiencia de placer, felicidad y bienestar que da la coincidencia entre las palabras, las cosas y tu almacorporal. Tus entrañas se llenan, a menudo, de risa.
La autoridad se da, en toda su extraordinaria grandeza y potencia, en la relación entre madre e hija y, de modo distinto, en la relación entre madre e hijo, cuando las criaturas aprendemos de ella, de la madre, a hablar; cuando aprendemos la lengua llamada precisamente materna.
En las zonas, vínculos y ámbitos patriarcales del mundo, en cambio, la autoridad se confunde con el poder. Por eso, en otros tiempos, no inocentemente, incluso desfilaban armadas las “autoridades” del lugar. Pero esto es un error, las autoridades no existen para una mujer, aunque existan diccionarios de autoridades que pretendan fijarla. Pero ella no se deja fijar. Se mueve, circula, se ondula, se cae, remonta, planea… Como Dama Amor, no se queda nunca fija.
El acontecimiento de la libertad femenina acaba con el patriarcado en la vida de una mujer. Acaba con el patriarcado en sí y con el patriarcado en mí. Acaba con ese conformarse con la vaginalidad consolatoria y confusa, tan corriente hoy en día entre mujeres emancipadas y cargadas de derechos. Tan corriente como inexplicable, aunque sus razones tenga, solo razones.[7] Por eso, porque acaba con el patriarcado en sí y en mí, tantas alumnas dicen que el máster de Duoda les ha cambiado la vida.
El acontecimiento de la libertad femenina tiene también un lado oscuro, muy oscuro. En mi opinión, está, desafortunadamente, en el origen de una parte importante de la violencia contra las mujeres, de la violencia machista. Un hombre no viola ni mata a la mujer que dice que amó porque tenga en la cabeza un estereotipo de género femenino al que ella no se ajusta. En este caso, bastaría con divorciarse y buscar otra que se ajuste. Él agrede, viola, mata, en mi opinión -insisto- porque no puede con la libertad femenina. Lo desquicia. También por eso, a veces -y este es un hecho escalofriante que ha surgido al compás del incremento de la libertad femenina-, a veces, decía, el asesino se suicida después de matar, si bien debería de haberlo hecho antes. Se castiga a sí mismo, sin atenerse a Derecho. Esta es una de las paradojas más terribles de nuestro tiempo. Más acuciantes, también. En la Era de la Perla,[8] terminado el patriarcado, nos sigue dejando mudas de horror.
Entrelazada con esta paradoja tan inquietante, está la cuestión del contrato sexual y de su relación con la libertad femenina. El contrato sexual es el fundamento del patriarcado y, también, del Derecho. Es o ha sido un pacto no pacífico entre hombres que practican la heterosexualidad para dividirse entre ellos el acceso al cuerpo de las mujeres fértiles y al dominio de sus frutos; es decir, para apropiarse de la maternidad. Así lo describió Carole Pateman en su tesis doctoral publicada en 1988, y nos impactó muchísimo porque puso en palabras algo que vivíamos sin saber qué era. Yo añado que, previamente y como condición de la apropiación de la maternidad, el contrato sexual prohibió el placer clitórico, hasta naturalizar la prohibición, hasta convertir en tabú el placer femenino propio. Tanto, que ni siquiera sale el placer clitórico en el libro imprescindible de Carole Pateman.[9]
El acontecimiento de la libertad femenina desenmascara, desnaturalizándolo, este tabú. Porque ¿de qué me sirve la libertad si no siento placer, si el placer y su anhelo no impregnan mi vida? Sin placer, la libertad se desencarna y acaba resultando descarnada, fría, abstracta, rota, sin entrañas, sin sentir ni sentido, sin almacorporal. Para que la libertad femenina sea verdaderamente una práctica, necesita del sentir, del sentir placer clitórico en la propia vida, en la propia intimidad. El placer es lo que más nos une a las mujeres, dentro y fuera; y es siempre carnal y del alma al mismo tiempo, inseparables, insisto.
De la libertad femenina han escrito principalmente Lia Cigarini, la Libreria delle donne di Milano y la Comunidad filosófica femenina Diótima de la Universidad de Verona.[10] Os ofrezco ahora una breve selección de un par de fragmentos de esos textos, que dicen en primera persona, partiendo de sí, partiendo de la apropia experiencia, lo que fue y está siendo este acontecimiento decisivo que es la libertad femenina.
El origen de todo, a finales de los años sesenta del siglo XX, lo ha contado la propia Lia Cigarini en una entrevista que le hice muchos años después, en el invierno de 2008-2009 para la revista DUODA.[11] Dijo:
“En realidad, la toma de conciencia de que había que dar un corte neto con la política de los partidos y con la historia de la liberación de las mujeres, a mí se me presentó más con un desplazamiento –de trato, de encuentros, de lugares– que con una reflexión. En La política del deseo escribí: aun así, algunas mujeres han sido esenciales en mi historia… Daniela Pellegrini, gran figura del movimiento de las mujeres, a la que conocí en 1966 (cuando andaba un poco aturdida después de la derrota de la izquierda comunista en el undécimo congreso del PCI, decidida del todo a no repetir la experiencia de partido) con un texto en la mano que hablaba de transcendencia femenina y no de cuestión femenina, fue ya lo esencial, y a esto se añadió el primer grupo feminista de Italia, el DEMAU [Demistificación del autoritarismo patriarcal], la escritura del texto “Lo masculino como valor”, Luisa Abbà… Luisa Muraro… Es decir, encuentros, reunirse en pequeños grupos de autoconciencia de mujeres solas. Esta fue la invención política. Pero –insisto– éramos conscientes de ello solo a medias: dentro de nosotras presionaba urgente el deseo de hablar con otras mujeres de nuestra experiencia, incluida la más íntima.”
Sobre la amistad íntima entre la libertad femenina y la autoridad femenina, elijo un fragmento del Sottosopra Rosso de enero de 1996, titulado El final del patriarcado:
«Autoridad es una palabra que se usa poco y mal. A menudo se la confunde con el poder. Provoca fantasías y rebeldías verbales. Se prefiere, a veces, hablar de autorización o usar otras fórmulas. Es, pues, poco plausible ponerse a hablar de autoridad. A pesar de lo cual, es urgente empezar a hacerlo, si se tiene en cuenta que la obra de la mediación -no la acomodaticia sino la creadora de mundo y de relaciones- reclama sentido de la autoridad. Si no, vence el poder, y, en quien poder no tiene, vence el recurso a la violencia. O, especialmente entre la parte femenina, el mutismo y la enfermedad. Las formas antiguas de autoridad implicaban jerarquía. […] Nosotras hemos descubierto (¿inventado?) la autoridad como cualidad simbólica de las relaciones, como una figura del intercambio, de manera que nadie es ‘la autoridad’; esta, en cambio, es reconocible en el incremento que da al círculo virtuoso de las relaciones mediadoras. En el contrato entre hombres hay siempre un tercero (el Estado, el derecho) que da a los contratantes un poder de exclusión. También en las relaciones sobre las que estamos reflexionando hay un tercero, que es el orden simbólico de la madre, que no es excluyente. Se crea así un acuerdo del que está ausente todo poder de exclusión: la relación se abre a todas y a todos porque su propia existencia depende del multiplicarse de las relaciones. Con respecto al cuadro tradicional, hay un salto con el cual se pasa de un mundo anclado en signos externos (la cátedra, los grados, las togas, el púlpito, el cargo, la firma, etc.) a la palabra, que hace el mundo fluido y móvil, ocupado siempre en la contratación del significado de las cosas.»[12]
Resumiendo. Hablar de libertad femenina trae a la historia una primera revolución simbólica o revolución de sentido, consistente en sexuar la libertad. Es decir, en mostrar que la libertad no es una sino dos: no es neutra sino sexuada, como es sexuado el ser humano que la vive, la interpreta, la experimenta y la transforma.
La sexuación de la libertad fue descubierta por la jurista Lia Cigarini y otras de las que en 1975 fundarían la Librería de mujeres de Milán; fue descubierta a finales de los años sesenta del siglo XX en los ambientes radicales juveniles milaneses de entonces. Lia Cigarini descubrió que no hay ni entre la gente ni en la historia un único tipo de libertad, que sirva igual y vivamos igual las mujeres y los hombres, sino dos. Descubrió que, en nuestra cultura occidental, hay dos modalidades de la libertad: la libertad individual o individualista, que es la propia del hombre moderno y contemporáneo (sin excluir a mujeres), un hombre que, con sus derechos individuales, se defiende y actúa en la sociedad, y hay también lo que ella ha llamado la libertad femenina. La libertad femenina es libertad relacional, libertad “que encuentra en otra vínculo, intercambio y medida”. Es muy interesante que Lia Cigarini no descubrió esta libertad elucubrando o analizando intelectualmente sino intentando entender y resolver una contradicción de su propia vida, una contradicción que llegaría a ser histórica. Fue la contradicción que se dio entre mujeres que éramos jóvenes en los años sesenta o setenta del siglo XX y vivimos los partidos políticos o los movimientos radicales de izquierda: ahí descubrimos (yo en el movimiento estudiantil de mi facultad en la Universidad de Barcelona) que la izquierda luchaba por la libertad, sí, pero que esa libertad por la que la izquierda luchaba no tenía mucho que ver conmigo, no era lo que yo anhelaba aunque no tuviera las palabras para decirlo; y ello, no por una cuestión de clase social sino porque yo había elegido ser mujer, y el ser mujer, que para mí era y sigue siendo lo significativo, era siempre pasado por alto, cuando se hablaba de libertad, por esa idea tradicional de libertad. Cuando esta contradicción se hizo insoportable, muchas o bastantes mujeres nos separamos de los grupos mixtos. Y así nació el movimiento de las mujeres de esos años.
Así fue naciendo o siguió naciendo la Era de la Perla que ahora muchas o bastantes vivimos y disfrutamos.
[1] Tomo el título del Sottosopra Oro (enero 1989) Un filo di felicità, publicado en el libro La cultura patas arriba. Selección de la revista ‘Sottosopra’ (1973-1996), traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Madrid, horas y Horas, 2006.
[2] Virginia Woolf, Un cuarto propio, traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Madrid, Sabina editorial, 2018.
[3] Simone Weil, Cuadernos, II, Madrid, Trotta, 2001.
[4] Antonietta Potente en su asignatura Mística: experiencia del andar profundo, del máster en La política de las mujeres, de Duoda (Universidad de Barcelona).
[5] María-Milagros Rivera Garretas, Sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres que no son de este mundo. Madrid, Sabina editorial, 2019.
[6] Sobre esta cuestión tan delicada y poco explorada en el feminismo, María-Milagros Rivera Garretas y Barbara Verzini, Tocadas por el Mal. Madrid y Verona, Edición independiente, 2022. Colección A mano, 6.
[7] María-Milagros Rivera Garretas, Sin placer clitórico las mujeres enfermamos, en La vaginalidad elegida, Tema monográfico de “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual” 63 (2023) en prensa.
[8] Sobre la Era de la Perla, puede verse mi El placer de concebir cuerpos sin coito y conceptos sin falo, “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual” 61 (2021) 104-134.
[9] Carole Pateman, The Sexual Contract, Stanford, CA, Stanford University Press, 1988, (traducción Madrid, Anthropos, 1995).
[10] Lia Cigarini, La política del deseo. La diferencia femenina se hace historia, traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Barcelona, Icaria, 1996. Librería de mujeres de Milán, No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres (1987), Madrid, horas y Horas, 1991. Lia Cigarini, Libertad relacional, “DUODA. Revista de Estudios Feministas” 26 (2004) 85-91. La apuesta de la libertad femenina, Tema monográfico de la revista DUODA 26 (2004) 75-115. Lia Cigarini, Libertad femenina y norma, “DUODA. Revista de Estudios Feministas” 8 (1995) 85-107. María-Milagros Rivera Garretas, La libertad femenina en las instituciones religiosas medievales, “Anuario de Estudios Medievales” 28 (1998) 553-565. Diana Sartori, Libertad “con”. La orientación de las relaciones, “DUODA. Revista de Estudios Feministas” 26 (2004) 105-115.
[11] “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual” 36 (2009) 181-188.
[12] Librería de mujeres de Milán, El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad, traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Barcelona, Llibreria Pròleg, 1996, 25-27. También en Eaed., La cultura patas arriba, cit.